miércoles, 28 de marzo de 2012

CÁDAVERES EXQUISITOS: 'CASABLANCA' 70 AÑOS


http://www.youtube.com/watch?NR=1&v=D2wT6m71MhQ&feature=endscreen



"Tócala otra vez"





Casablanca, uno de los grandes clásicos de la cinematografía, celebra este año su 70 aniversario asimilado en la cultura popular como el romance por excelencia en tiempos de guerra y gracias a frases memorables como "Tócala otra vez, Sam", que, curiosamente, nunca se pronunció.
Contrariamente a lo que se cree, en los diálogos de los protagonistas con Sam, el pianista interpretado por Dooley Wilson, nunca se dice "Tócala otra vez, Sam", sino "Tócala, Sam". Hay quien atribuye la confusión en torno a esta frase a la película 'Play It Again, Sam' ('Sueños de un Seductor' en España), que estrenó Woody Allen en 1972 y en la que el protagonista recibía consejos de un imaginario Humphrey Bogart.
La película de 1942, protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, dejó como legado una serie de expresiones para el recuerdo que el imaginario colectivo hizo suyas hasta el punto de integrarlas en el lenguaje y tener una identidad ajena a la trama del filme.
Es el caso de "Siempre nos quedará París", que se emplea como un dicho para aludir a los buenos momentos vividos y que Rick (Bogart) dice a Ilsa (Bergman) antes de despedirse de ella, su amor imposible y con la que tuvo una relación en la capital francesa.
Algo similar ocurre con "Este es el principio de una bonita hermosa amistad", línea de Bogart que cierra 'Casablanca' y con la que su personaje acepta una propuesta para dejar atrás la ciudad marroquí y pasar página en su vida.
UNA PELÍCULA PATRIÓTICA
'Casablanca' fue concebida como una película bélica para alimentar el patriotismo estadounidense en plena II Guerra Mundial y en la que su personaje principal (Bogart) pasa de no querer inmiscuirse en el conflicto desde Casablanca, en Marruecos, a renunciar a su amor por el bien de la lucha contra el fascismo.
A pesar del contenido ideológico y su contexto belicista, 'Casablanca' ocupa el primer puesto en la lista de las "mayores historias de amor" del cine elaborada por el AFI. La película, asimismo, ostenta el título de mejor guión de la cinematografía, según el criterio del sindicato de guionistas de EEUU (WGA). El filme, realizado por Michael Curtiz, ganó los premios Óscar de mejor película, mejor dirección y mejor guion.
EDICIÓN ESPECIAL
Con motivo de su 70 aniversario, Warner Brothers ha sacado al mercado estadounidense una edición especial y limitada de 'Casablanca' en Blu-ray y DVD en la que, además del largometraje, se pueden ver dos documentales inéditos, 'Casablanca: An Unlikely Classic' y 'Michael Curtiz: The Greatest Director You Never Heard Of'.
Los actos conmemorativos por las siete décadas de Casablanca comenzaron en febrero con un pase del filme en el teatro Warner del Museo Nacional de Historia Americana de Washington y continuaron con una jornada de proyecciones en diferentes ciudades de EEUU el pasado 21 de marzo.




domingo, 25 de marzo de 2012

CADÁVERES EXQUISITOS: TABUCCHI





EL HEREDERO DE PESSOA



El escritor italiano de nacionalidad portuguesa Antonio Tabucchi, considerado un referente literario en Europa, ha muerto hoy en Lisboa a los 68 años víctima de una breve enfermedad y será enterrado el próximo jueves en la capital lusa, según ha informado la editorial Feltrinelli en un comunicado.




Los funerales se celebrarán el próximo jueves en la capital portuguesa, según ha explicado la viuda del escritor María José Lancastre. Tabucchi, que estaba internado en el hospital lisboeta de La Cruz Roja, está considerado como uno de los mejores conocedores de la obra del ilustre poeta Fernando Pessoa (1885-1935), y era profesor de Lengua y Literatura Portuguesas en la Universidad italiana de Siena.


Amante de Portugal

Confeso amante de Portugal, nació en Pisa en el año 1943, aunque tenía la nacionalidad lusa desde 2004. Inició su carrera como escritor en 1975 con la novela Piazza Italia a la que siguieron varias antologías de cuentos, pero se consagró definitivamente gracias a las novelas Réquiem. Una alucinación (1992) y sobre todo, Sostiene Pereira (1996), ambientada en la dictadura de Salazar en Portugal y que fue llevada al cine por Roberto Faenza en 1996 con Marcello Mastroianni. Su última novela fue Racconti con Figure publicada en el 2011.


Colaboró en el diario Il Corriere della Sera, en Le Monde y en el diario El País.
Su obra ha sido traducida a 40 lenguas y ha ganado varios premios internacionales. Su nombre sonó como candidato al Príncipe de Asturias y al Premio Nobel de Literatura.
Confeso amante de Portugal, el escritor italiano debutó en 1971 en el panorama literario con una antología de poetas surrealistas portugueses, aunque su primera obra creativa fue Plaza de Italia, una colección de relatos publicada en 1975. Fue el introductor y difusor de la obra del portugués Fernando Pessoa en Italia. Tradujo El libro del desasosiego en 1987 y publicó Los tres últimos días de Fernando Pessoa en 1994.

Director del Instituto italiano de Cultura



De 1987 a 1989 ocupó el cargo de director del Instituto Italiano de Cultura en Lisboa, y en 1994 la novela Sostiene Pereira, publicada en Italia en 1994, le convirtió en un escritor muy popular.

Esta historia de un redactor de cultura en un periódico portugués durante la dictadura de Salazar se hizo aún más famosa tras ser llevada al cine en 1996 en una producción italiana dirigida por Roberto Faenza y con Marcello Mastroianni como protagonista.

La cabeza perdida de Damasceno Monteiro (1997), novela policíaca ambientada en Oporto, también le otorgó un amplio reconocimiento internacional.
Autor de una de notable obra, se caracterizó siempre por su conciencia reivindicativa.

Crítico con Berlusconi

Como escritor comprometido, fue muy crítico con el gobierno del presidente italiano Silvio Berlusconi. En 2008, de hecho, fue demandado por el presidente del Senado, Renato Schifari, tras publicar en el diario L Unita un artículo en el que preguntaba al político por su pasado, sus negocios y sus amigos; uno de ellos, el propio Berluscuni.

El autor escribía a mano sus libros porque, según confesó, "pertenezco al Cromagnon. Me gusta tener el bolígrafo y alimentar el callo del dedo".

El compromiso civil y el aura de misterio que predominan en su estilo literario se encuentran en sus últimas obras importantes: La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, de 1996, Se está haciendo cada vez más tarde (2001) y Tristán Muere (2004).

Además de las citadas novelas, de su pluma salieron también títulos como Autobiografías ajenas. Poética a posteriori (2006) o la recopilación de artículos La oca al paso (2006).

Maestro de narraciones cortas

Tabucchi era reconocido por la crítica literaria como un maestro de las narraciones cortas. En 2010 publicó el libro de cuentos El tiempo envejece deprisa, en el que continuó explorando el concepto del tiempo.

Su último libro publicado en España ha sido Viajes y otros viajes, ya editado en Italia en 2010, en el que relata sus estancias en diversos países del mundo.

Colaborador con diferentes medios de comunicación, entre ellos el italiano Corriere de la Sera o el español El País, escribió además la obra teatral Los diálogos ausentes, una aproximación a la soledad y la imposibilidad de comunicación.

Distinguido con numerosos galardones, contaba, entre otros, con el premio Luigi Russo, el Campiello, el Premio Campiello, el Scanno y el Premio Médicis; en España, la Asociación de Periodistas Europeos le distinguió con el premio Francisco Cerecedo de Periodismo.

Autor de una obra traducida en 40 lenguas, su nombre sonó como candidato al Príncipe de Asturias y al Premio Nobel de Literatura, candidatura que avalaba desde 2000 el Pen Club italiano.

Antonio Tabucchi formaba parte del Parlamento Internacional de Escritores, una asociación de solidaridad con autores perseguidos. En 2004 obtuvo la ciudadanía portuguesa y fue candidato a las elecciones europeas por el partido portugués Bloco de Esquerda.

jueves, 22 de marzo de 2012

MITOS Y RITOS : JULIO IGLESIAS


MACHO O MENOS


Julio Iglesias es intemporal y puja por ignorar las arrugas de su voz. Don Julio bronceado hasta el pipute ahora quiere que lo imaginemos relajado y de buen humor, excepto cuando le sacan fotos porque desnuda el lado flaco del bisturí. Entonces busca su perfil izquierdo a como dé lugar. El latino no el griego. Y es difícil bregar con él. Es doblemente diablo y viejo y ha venido cantarle a las damas del NSE ‘A’ y a ellas les importa un pito que desafine como un loco. Bello, total su garganta no las humedece.


Y desde que llegó una hora antes de empezar el espectáculo, abrió su camarín para firmar todo [todo en su idioma es libretas, guantes, calzones] y dar una que otra entrevista con monosílabos. Entonces Gabriela Rivera le pudo hacer unas preguntas exclusivas, ella que es todo un amor del pellejo para adentro y un cuero del cuero para afuera, le preguntó de la flacidez de su signo.

Y sólo a la Gaby don Julio atlético le contó, mientras lo maquillaban con un engrudo silicónico, que de pronto está agotado pero que le sale una fuerza interior sin explicación que lo obliga a estar en artista, claro hombre, en divo que es lo suyo, y dar todo de sí. Y don Julio estirado y consagrado en sus artes de amante empedernido, hace ojitos a diestra y con la siniestra lanzó piropos a la derecha e izquierda democrática y mientras se arreglaba el chaleco de comisario de asilo, apuntaba la letra de La flor de la Canela, que dice que alguna vez cantó a dúo con Chabuca, pero que valgan verdades, ya se le olvidó aquello de «Y recuerda que…», que en todo caso se le había borrado buena parte de su disco duro, que por algo no tiene 57 años, que es de fierro pero que los años duelen.

El respetable, ese universo de matronas fo, de heráldica y linaje y de hijos de la crisis aromática, colmaba el recinto desde hace buen tiempo. Entonces, aquellas ocho encueradas jóvenes Bremen, en el mejor estilo de las impulsionismo cárnico, me sacaron del asunto. Que son rubias, altas y trepan de ardores como su propia espuma. Van de blanco y atropellan el sentido común y la buena fe. Oiga, por dónde entra la prensa –le pregunto cruel a un hercúleo encasacado de la Cía. Mag Segurity, un redil de sujetos mononeuronales-- y el tipo me pide sin compasión mi D.N.I. Qué cosa, no vengo a votar, le digo. Entonces pase, me dice. Y adentro no es adentro porque el recinto es prefabricado. Armado a la hora nona, aparenta ser un canchón con toldo como la residencia del Embajador de Japón; y un escenario, eso sí, tal como lo hubiera imaginado Julio Verne --un visionario como el maestro Iglesias que venció las cadenas del tiempo y en blanco y negro--, de 40 metro de largo y con sendas pantallas gigantes de televisión en pañales donde aparece Gisela Varcárcel más joven proponiendo un mundo feliz y una y mil veces la promoción de Astros, que algo tiene que ver con don Julio músculo puro, comercialmente quiero decir, no sé si me dejo entender.

Y aquella dama que responde al nombre de Ingrid Irribarren está de Rojo y funge de traductora. Tiene el talle de diosa cincelada a punta de besos y es maestra de lenguas. Está de rojo, lo repito, y traduce jadeante las últimas directivas de Steven Joseph Baird, el director de luces, también con una casaca de «Minaya: sonido y luces». Que utilicen el Rojo 33 –dice con sus dientes chiquititos—para que cuando don Julio adivino tome asiento no se le note la lipoescultura. Sí la última, aquella de Kay West. Y nunca se olviden de las manos, menos de la sortija que es el regalo de la Miranda, la esposa. Y hay que tirarle mucha luz a las zonas poco conflictivas de don Julio abrazado de dientes. Que ingresará por la izquierda –advierte Ingrid—y, qué carajo, que éste no es un concierto de rock, entonces todos los cambios de luces, los desplazamientos del chorro de luz deben ser lentos y suavecitos, como para la gente de edad. Y habla muy bien el inglés la Ingrid, pero camina mejor con el traje al tubo y sus talones desnudos como sopapo de virgen y todavía no sale don Julio atlético.

A las 9 y 30 de la noche en punto ordenan que ingrese el público. Y sobre cada asiento numerado hay una banderita con el nombre del hombre ¿quién va a ser? don Julio esbelto pues. Y mientras se acomodan, una dama le grita a la otra, que caracho, que no la vio en el concierto de María Martha y la otra le responde que no, que no la vio porque estaba en Nueva York. Más allá, el hermano Pablo, luce nervioso como un seminarista y declara con su sonrisa de evangelio para Global, que supone que todo saldrá bien por que este, don Julio, músculo puro, es buen católico, eso al menos dicen sus biógrafos.

En el vestuario del divo, ha culminado el maquillaje de mano andrógina, Julio sonoro ahora inicia a calentar su do de pecho. Mientras habla de la guerra en Serbia, que es injusto, que los poderosos siempre tienen la razón. Que el terror es lo más abominable de este tiempo. Que el secuestro de su papá y el drama familiar. Don Julio atlético entra en la fase de gimnasia metalera. Un sonido de taladro rítmico lo impulsa a mover el cuello y con los ojos cerrados parece que ora. Alguien dirá que está contando los 15 dólares que le pagan por esta noche. Cierto pero de ese cuero saldrán las correas para los músicos y los técnicos, que el cuida su espectáculo porque sabe lo que vende. Y eso hace felices a todos, a las tías con abrigos de visón nacional, al choclonaje nativo, al pamperismo de cabotaje.

La localidades de junto al escenario suman las 1,500 y están dispuestas para la gente VIP. Después, una barrera separa al blanquerismo y la choledad que se han hecho de 3 mil sillas también forradas en yute de Chongos Chico. Una Chica Bremen me alcanza una lata de cerveza helada. No tomo, le digo, ya tomé bastante en mi vida. Llévatela para tu casa me insiste. Mejor me llevo tu recuerdo, le digo. Y entonces aparece un congresista y más atrás un cirujano plástico y de más allá luce su calva un gran abogado antes de la reforma del Poder Judicial. Medio Lima en trajes dudosos viene llegando. Los mozos pasan con bocaditos y los chicos de 911 están atentísimos. Todos se parece a Tom Cruise pero con barritos. Hay paramédicos y unos tipejos de amarillo que se mueven como seres de corral antes de una pollada. En un carrito de ‘Café Expresso’ pido un doble cargado. Es lo mío, por ahora. Y Julio se hace esperar.

Y a las 10 y 32 de la noche, sin presentación ni aviso, se apaga todas las luces y truenan los keyboards, repunta la batería y ¡Plof! Ahí está, Julio. Igualito –piel que teje la luz del sol en sus divino dorso—y solo abrazado por un chorro de luz celestial, que ahora tiene el pelo corto y los cachetes al viento. Del bronceado anda bien. Y luce un perfecto traje azul ataúd, entallado, de chaleco y corbata del mismo color. Y ahí está, delgado a clonado perfecto, perfilando el flanco izquierdo, con el micro en la siniestra y la ideología a la derecha. Ahora ya está cantando en gallego. Y la gente, medio fría, aunque la noche esté fresquita. Aplausos y ahora sí agarra pechos y muslos y las piernas juntan sus carnes del segmento A, rosadas al vapor cremoso de las trusas azabaches.

Porque el Julio se arranca con «Agua Dulce, Agua salada» y las señoras, todas le siguen con las palmas, y esa manitas quieren tocarle sus partes y que se jodan los gordos de sus maridos. Las tres despampanantes del coro: Pamela, Aka y Kimberly, se mueven y susurran como las sirenas. Y buenas noches Perú, saluda Julio. ¿Como estáis? Y todos estamos bien. Entonces junto a él hay un banco, se sienta a medio cachete y entona «Natalie», y sollozan a mi costado, las damas que me tocaron en suerte.

Parafraseando a Tito Hurtado, quien decía que antes de oír a Julio Iglesias, él creía que la sordera era una desgracia. Hoy, su hijito existe [los paquetes vienen en paquetes]. E insiste que no sólo el arte, mas sí la biología, habrá de agradecer a esa estirpe destemplada: Julio Iglesias y su hijo, que prueban que el talento no se hereda, pero la falta de talento sí: genética e inexorable contra una dinastía-falsete y, que hasta en la música hay que ser republicanos.

Y la cuarta canción es una balada bien torreja y el Julio está cantando con los ojos cerrados y suena un pito por el acoplamiento de micros y el divo manda a parar. Disculpen, dice. Y ahí no más sale con «!Abrázame!» Y hay un ¡ayyy! profundo de las damas y uno que otro iconoclasta de maneras del factor andrógino. Que está bueno, insisten las señoras de adelante que se aferran el celular apagado. Y ahora el Julio está contando que ha Perú has venido sólo 3 veces. La primera a cantar mal, la segunda regular y la tercera, como el mejor cantante del mundo. Soy lo máximo dice y ahí mismo cuenta que está agradecido, por que lo soportaron y lo dejaron aprender. Y que le ha cantado a los abuelitos, a los padres y los hijos y los nietos y los tataranietos. Y el Julio, es lo que se dice, un showman, porque conversa, agarra un pedazo de canción vieja, para, sigue contando, y coge otra y dice que recuerda cuando cantó en Arequipa hace 20 años y sale su voz en italiano, ahora una de Andrea Bocelli. Cierto es un canto ciego de brillos. Aunque el juego de luces es alucinante por atiborrado y el sonido, ahora sí, insuperable por monocorde.

Las Chicas Bremen corren para aquí corren para allá. Las señoras les gritan que se sienten, que no dejan oír. Entonces Julio que ya lleva una hora se suelta con «Baila Morena». Luego está explicando que el ya no cobra por cantar pero hay que pagarle a los músicos y a los técnicos. Cierto, son 7 maestros de la mano del guitarrista Antonio de Corral y una veintena de auxiliares que viven en Miami, aparte del coro de piernas trabajadas en el gym del deseo y que habitan en mi corazón . Y llega la hora del tango. Habla el Julio del tango bravo y suena «A media luz» y una pareja de bailarines de la danza argentina ingresa desde un bulín de la memoria, son buenazos este Roberto y María Guillermina sobre todo ella, que luce un traje rajado hasta el alma.

Y ocurre lo temido, el homenaje a Chabuca y ese, La flor de la Canela, le sale a medias. Y el Julio que dice que no puede ser fiel en el amor. Y luego atropella con «El día me quieras», y se cruza con el folclore latino y ahora esta hablando en inglés y viene «Caminito». Es que el Julio controla luces, y la temperatura del público, ahora se queda en una, para, avanza, cuenta un chiste, y después, le tocan tres boleros en uno y luego agarra prestado a Santana y «Oye como va» de Tito Puente y termina con «Guajira» ¡Papi no sigas! Exclama la de portaligas a hiena que se enrosca a mi costado. Y esa es su metodología. Y ya pasaron dos horas 10 minutos y no lo quieren dejar ir y hace frío, pero todo está controlado, el hombre sabe lo suyo. Y las señoras también. ¿Qué come Julio? ¿Cómo lo hace? Parado, responde. Y ahora sí se va entre ríos de liviandad y ellas han quedado usurpando el almidón del deseo y ellos con la mierda revuelta. Y por la Av. Javier Prado, me vengo de donde vine, y él se va, se va, se va, en maestro, en torero, viejo y ducho y aventajado y sin final. Qué extraña virtud para un artista popular, que lo quieran por aquello que le falta. Ah, Julio, el cielo es sordo y tus ángeles, felizmente sórdidos.


sábado, 17 de marzo de 2012

Del libro "EL MÁS VIL DE LOS OFIDIOS"




Tres Bares de Surquillo:

La geografía

líquida de

las ternuras

Escribe Eloy Jáuregui *


Breve recorrido por tres bares emblemáticos del Surquillo de los años cincuenta. El Tobara, el César y Don Julio. Todos, templos de la bohemia y los diálogos tiernos del viejo barrio amoroso y entrañable. Hoy ya no existen más pero su memoria es recordada en esta crónica sumergida en los licores de la nostalgia.


Para Néstor, mi padre allá en el cielo.


1. EL CATASTRO DE LA AMISTAD. Al mozo de noche lo llamábamos Lando Buzanca. Era de fibra a mariposa, tenía un gancho mortal al hígado y cantaba como Raphael. En el bar Tobara de la esquina de Angamos con República de Panamá, apenas anochecía, lo invadían una fauna feroz y babélica. El lumpenaje rancio, presidarios de vacaciones, rameras redimidas, homosexuales en ejercicio, profesores de ciencias cuánticas, vecinos boquiabiertos, poetas desahuciados por las musas y alcohólicos abandonados por la fe. Lando Buzanca nos conocía a todos y para cada cual tenía un lenguaje.

El Tobara era el antro de las transfiguraciones. El rito vicario de los desalmados. La costra de templarios del barrio con prosapia y sin ley. Ahí, aprendí filosofía, dados, timba y la poesía cruel, de no pensar más en mí, parafraseando a E. S. Discépolo.

Los Tojara –que ese era el apellido original de los dueños de origen okinawuense—, tuvieron en el viejo Jiro al líder y factótum de esa isla generosamente proterva en medio de las brumas de una bohemia con la alcurnia del pobre. Alguien equivocó el apellido al hacer el rótulo sobre la gran puerta del bar-restaurante de la esquina y así quedó enclavado en el imaginario, la huasamandrapa y en ese océano lujurioso del distrito popular.

Los acólitos que llegamos de púberes, sabíamos de sus 16 mesas y su gran barra alucinada con trasfondo de licores de baja estofa y uno que otro trago decente. En el mostrador, de fuentes humeantes de la cocina criolla y nikkei, de saltados y calamares, de tallarines y cau cau, de mondonguitos y escabeches, dejé las huellas de mis codos y mi cabeceo enamorado de la noche, los amores perdidos por flojo corazón y los amigos de venas trenzada y la conversa del verso cómplice que hace del bar, la institución psicoanalítica antes de Freud.

Cierto, el Tobara se fue convirtiendo en capilla y catequesis, en aula alternativa y universidad de la propia vida. Aquel fue su atractivo y su pudor. Su exclusivo clientelaje sabía bien que ahí se iba a encontrar a sus congéneres, a esos seres que vivían preocupados por el origen de las cosas, por la explicación de los fenómenos totales y por el fondo y la forma estética con qué explicar que la vida existe de otra manera y no como dice Baldor.

Así, se tejían los diálogos profusos y cotidianos, triviales o trascendentes, triunfales o dramáticos, amargos o hedonistas. Y en cualquier momento hacía su ingreso un choro plantado como un gran maestro o un irreverente poeta chavetero, un profundo filósofo nihilista o un cultivado periodista sin trabajo, un anecdótico pintor de brocha gorda o un fulgurante caficho, todos reunidos en ese bar surquillano que el tiempo convirtiera en aula magna o antro solemne.

En medio de ese cambalache nocturno, la familia Tojara, luego de don Jiro, con doña Mechita o Julito y sus hermanos mayores, protagonizaron una función normativa y pedagógica. Se los respetaba como ellos respetaban el resplandor de las ideas que en esas mesas del Tobara adquiría categoría de fe teológica. Las cervezas nunca faltaban entre las frases de los parroquianos, así falte plata o lógica de buenas costumbres. No obstante, yo jamás participe en bronca alguna, Nunca vi un chavetazo, mucho menos un botellazo. Todo era ternura, todo corazón.

Luego, al Tobara llevé a mis hermanos más de sangre que sangrientos. A los tíos que se morían en mis brazos, a mis primos que habitaban en el rinconcito de los cariños, a mis enamoradas nocturnas y hasta a mis hijos luego de salir del Nido para que por las mañanas se comiesen decenas de gelatinas, pasteles o cebiches, que existía en la función matinal. Por la tarde conversaba con los jubilados y a las seis de la tarde me asfixiaba de miedo escénico porque en ese ojal de la vida que se vuelve noche cantaba boleros desafiando como loco con el perdón de la casa.

Fui condecorado una noche de esas como “Huésped ilustre” y ahora que observo el viejo edificio donde un domingo vimos pasar al autentico Señor de los Milagros. Ahora que el Tobara ya no existe más y se ha convertido en una farmacia, ingreso a pedir un hepatoprotector en la misma barra donde hace un tiempo exigía un navajazo de ron. Mi hígado antes que mi corazón es testigo de mi amor. Por eso recuerdo esta esquina como el iceberg de mis cariños más profundamente entrañables y, mientras escribo estas líneas, unas lágrimas ruedan de mis mejillas y humedecen el mantel donde muestro el mejor de mis cariños.



2. EN LA VENAS DEL RITMO. A César Paulino López lo conocí por su esposa. Una dama surquillana que había obligado adecentar la pocilga-bar con rockola entre los jirones Dante con Carmen y que antes López y unos manilargos musicales habían bautizado como “Puerto Rico Chico”. Así, fue mi catecismo rumbero en Surquillo. Bar con rockola, con discos clásicos de la Sonora Matancera, con pinturas de Héctor Lovoe y Daniel Santos en sus paredes, era el cielo junto al infernal sonido de mí latir rumbero.

A César llegaban los varones más fieros de la comarca. Cada cual cargando sus penas y sus condenas, sus dulces odios y sus amores cortados. Las cicatrices se embellecían apenas se acercaban a la máquina de la música. No he visto seres humanos más salvajes que esos que escuchaban los boleros de Orlando Contreras con los ojos encendidos en cóleras, ni las rumbas de Celio Gonzáles con la ira sonora de sus explosivos gestos del cadalso perpetuo.

Donde César aprendí que aparte de Dios, la música le brindaba a uno las vías para llegar al cielo de tambores. Por eso llegaba a las once de la mañana. César sabía que venía de la universidad. Me servía una cerveza y ponía en su máquina el E-15, era el disco de Lavoe, “Ausencia”, para olvidarme de esa perdida. Mujer que me amaba a mí y a cinco igual que yo. Entonces podía preguntarle por qué de ese estilo esquinero de bar para la canalla del “barrunto”. Él argumentaba que era también por esa mezcla de respeto al barrio y a la mujer como elemento combustible divinamente adivinado en un diván.

Yo me iba antes que caiga la noche. Luego, la esquina era el mismo averno con la gente más prestigiosa del hampa nativa y proactiva. César entonces se convertía en mariscal de campo. Cierta vez llegué nocturneando. César tenía otra voz y maneja un revólver para tener en raya a los guapos que gracias a la música de Eddie Palmieri y Ray Barretto se había convertido más que en alcohólicos, en sus acólitos. El escogía los temas, ellos la cerveza y el cachito: “Callao cinco rayas en una volteando un dado”. Vaya maña. César me miró. Dijo que me vaya. Me regaló una sonrisa matinal y por eso estoy vivo. Luego me contaron que se suicido. No creí aunque siempre supe que dormía con la muerte y que sólo con la música había evitado ser hace tiempo un cadáver guarachero. Por esto y aquello lo extraño.


3. TOTO TERRY TOMABA DESAYUNO. Su viejo e inmenso automóvil Studbacker se posaba a la 9 de la mañana todos los días. Toto Terry bajaba confiado como frente al arquero de Brasil, se acercaba al mostrador y pedía lo de siempre. En donde Don Julio, en la esquina de Huáscar y Leoncio Prado, “lo de siempre”, era un desayuno en base a un caporal de pisco acholado y una cajetilla de cigarros negros. El gringo entonces agarraba un tono colorado después del primer “socotroco” y comenzaba a mirar en colores lo que el resto miraba en blanco y negro.

Don Julio era un viejo japonés que había convertido su esquina en un enclave de la devoción. Era bodega al principio pero él la embelleció con su trastienda. La trastienda es un viejo recurso limeño que en surquillano significaba tomar un trago para confesarse. Tres mesas y una barra caleta. Ahí descubrí el coñac Tres Estrellas, famoso por sus efectos del delirio absoluto, sobre todo cuando lo mezclaba con Pasteurina y el jugo de una naranja. Había un trago llamado “Torito” que lo hacía a uno embestir a cualquier cosa que se moviese y otra, más jodido, bautizado como “Tarántula”, uno bebía de ese brebaje y literalmente se trepaba por las paredes.

Pero Julio con toda la familia era experto en pescados. De su impronta le salió un caldo de pescado llamado en otros pagos como “Chilcano” y que parecía cola de carpintero, que se servía en tasitas y con decorado de florería marina. También preparaba un cebiche que lo alistaba en la barra de la derecha y delante de los comensales que babeábamos mientras cortaba los limones, las cebollas y lo servía jugoso en platos cuadrados que nos ponía los ojos redondos como el universo de los sabores más rijosos del firmamento. Una mañana, mientras me observaba con ese tic que tienen los guapos de dedo meñique frente a una cerveza se derrumbó. Hoy que mora en el cielo de las bodegas le agradezco su sazón y sus zumos aristotélicos de mi fortuna de surquillano.

4. CODA. Nombro en esta crónica a tres esquinas entrañables para los habitantes de Surquillo. Me olvido de otras, no por no quererlas, sino porque ese trío me hizo ser como soy. Un amante del respeto y un jijuna del cariño. Diré así que uno sólo es uno cuando abre la puerta del bar, se mira con sus congéneres, menta la madre al destino y se mete entre pecho y espalda aquel elíxir que a unos los manda al infierno y a otros, como este cronista, nos obliga a decir que los extraño mucho. Yo no era así, el mar y el bar me cambió. Y para bien.


* Nació en Surquillo. Estudió en la GUE Ricardo Palma. Es lingüista, escritor, poeta y catedrático en la Universidad de Lima.

domingo, 11 de marzo de 2012

T.S. ELIOT: LA AVENTURA SIN FIN


EL MAESTRO ELIOT

La aventura sin fin es una excelente selección de textos esenciales -de Dante a los poetas metafísicos ingleses-, ordenados y perfectamente anotados por Andreu Jaume, que revelan la genealogía del pensamiento crítico del escritor

Por Jordi Llovet

El indiscutible maestro de la crítica literaria anglosajona en nuestros días, Harold Bloom, ha manifestado en más de una ocasión cómo le repugnaron las teorías anticuadas y elitistas de T. S. Eliot (1888-1965) en sus tiempos de estudiante. Con los años, el mismo Bloom se encargó de revertir esa opinión y substituirla por una admiración casi devota, generosa, para con la obra de Eliot, considerada aún hoy reaccionaria por los partidarios de los llamados cultural studies y otras devastaciones en los medios universitarios del mundo entero.


La clave para la comprensión de este cambio de rumbo se encuentra en una obra ensayística que abarca más de cuatro décadas, de 1917 a 1961, jalonada por recopilaciones tan importantes como The Sacred Wood (1920), Selected Essays, 1917-1932 (1932), Elizabethan Essays (1934) y On Poetry and Poets (1957).

Esta obra crítica, enormemente original si se sitúa en su contexto británico -no tanto si se pone al lado de la obra crítica de los grandes romanistas-comparatistas del continente, como Auerbach o Curtius, o de un Paul Valéry, a quien Eliot admiraba-, es lo que vindica la magnífica edición que el mallorquín Andreu Jaume acaba de publicar en Editorial Lumen.

Nunca hasta hoy los lectores en lengua castellana habían tenido a su alcance una compilación de artículos esenciales de T. S. Eliot ordenados, perfectamente anotados -no hay nada equivalente ni tan siquiera en el mercado en lengua inglesa, a falta, todavía, de una edición crítica de la obra de Eliot- y con un prólogo extenso, documentado e iluminador, en el que Jaume sitúa a Eliot en el continuum de la crítica literaria europea, desbroza los caminos por los que llegó a sus formulaciones más celebradas -como el objective correlative o su querencia por la close reading antes que por toda apelación a la historia o a la biografía-, y realza el peso que la poesía religiosa y metafísica, de Dante a los poetas metafísicos ingleses, tuvo en la evolución de su propia obra y en general de la poesía inglesa.

Siendo así que el mercado español disponía ya de ediciones correctas de una serie de títulos de la obra ensayística de Eliot (Criticar al crítico, Sobre poesía y poetas, El bosque sagrado, etcétera), Andreu Jaume se ha inclinado por una selección de unos artículos no solo de suma importancia por sí mismos, sino también valiosísimos para hacerse una idea de lo que cabe llamar la "genealogía" del pensamiento crítico de Eliot. En efecto, el libro incluye artículos dedicados a la dramaturgia inglesa por la que llega a explicarse el genio de Shakespeare, como el dedicado a Christopher Marlowe, o 'Cuatro dramaturgos isabelinos'; artículos en los que por vez primera en el mundo inglés se reivindicaba razonadamente la obra de los poetas metafísicos del siglo XVII, como los que dedica a Andrew Marvell y a 'Los poetas metafísicos'; otros que aclaran su propia deuda con la poesía medieval, en especial los referidos a Dante; los que hablan de una tradición autóctona clásica que perdió más de lo que ganó con Milton y con Pope; los dedicados a la sediciosa tradición romántica, que Eliot cree culminada en la figura de Yeats; y, por fin, aquellos en los que pondera la necesidad de que el lenguaje poético se acerque a la lengua hablada antes que alejarse de ella, algo para lo que Eliot recurre a los llamados "metafísicos", pero también a Villon, Laforgue y Corbière, y, en menor medida, a Baudelaire.

En suma: el lector de habla hispana tiene hoy a su disposición la mejor edición jamás publicada de la obra crítica de Eliot, la más general e inteligente y la que da una medida más exacta de la nueva crítica impulsada por T. S. Eliot.

(Tomado de BABELIA, El País)


viernes, 9 de marzo de 2012

REVISTA SOHO Nro 6. Columna "ERECCIONES"



CINE PARA UNA SOLA MANO

ELOY JÁUREGUI

Mi religión es el cine. Mi pecado las criaturas del star-system. Fui acolito y sacristán de una escena sin pena (o al revés). De ahí que mi recuerdo más remoto junto a mamá son unos tremendos pechos en la pantalla. No los de mi madre sino los de la española Sarita Montiel cantando “La violetera”. Niño de pecho, mis manitas se aferraban a la butaca como si estuviese viendo a Boris Karloff en “La novia de Frankenstein”. Venéreo, fui vacunado contra los western, las cintas de Tarzán, todo Charlton Heston y “Marcelino pan y vino”. Luego lo mío fue el neorrealismo italiano. De Sica, Rosellini y después Dino Risi y su maravillosa “Il sorpasso” con Vittorio Gassman y Jean-Louis Trintignant hasta que conocí a Sophia Loren –guardo la revista Life del 16/09/1966 donde aparece en la tapa con lencería negra—y la observé por enésima vez en “Matrimonio a la italiana” y me casé cazado al celuloide.

Mi perdición fueron las italianas. Silvana Mangano, Silvana Pampanini, Gina Lollobrigida, Monica Vitti, Laura Antonelli, Stefania Sandrelli, Agostina Belli, Ornella Muti, Monica Bellucci y ya no sigo. Las miraba, las revisaba y las repasaba. Las escenas de sexo duro me perseguían, el erotismo fue mi nepotismo, todas eran hermanas de mi mano derecha. Mo sé si me dejo entender. Por ello, el telón del cine fue siempre mi talón de Aquiles. Yo en ese entonces, Ulises sin perro de la RCA Victor que me ladre y huérfano de James Joyce, regresaba casi siempre a Itaca todas las tardes y a oscuras como un Homero hecho de sólo tacto. ¡Ah Itaca! la isla Itaca --bueno a los 13 años uno sospecha que no sólo le falta bigotes sino algo más contundente-- aquel peñón en matinée --. Ya han asegurado cientos de cínicos que la hora ideal para el sétimo arte es como en los toros, la tercera hora PM. Mi Itaca en realidad quedaba en medio de ese mar Jónico lejano de mi Surquillo natal. Mi Itaca era la cazuela del cine Orrantia, frente al primer by pass que se construyó en Lima, obra del dictador Odría y ahí están ahora las fotos pegadas en el puente Villarán para que los blanquitos no se anden quejando de los dictadores.

Entonces uno tenía la modernidad urbanística en la espalda y después, la postmodernidad cinematográfica tatuada en el pecho que era antes. En el medio siempre estaba el telón. Y los telones del cine Orrantia, imaginaba yo, casi como un intolerante D.W. Griffith ante su Babilonia de celuloide del pobre, los telones decía, siempre me parecieron las sábanas de las estrellas. Y en el Orrantia, uno no subía el telón sino, bajaba las sábanas. Y en medio de aquel lindo capullo de alelí, aparecían ellas, las estrellas de mi cazuela, que en todo caso es la madre de todas las sopas. Uno en cazuela, entre los caldos de aquella unipersonal olla de teflón, se cosía a fuego lento, casi en baño e’ María, desnudo ante las diosas, solo como el primer astronauta aborigen frente a la noche espacial y especial. Y si mal no recuerdo, me hice docto en el sabor mítico antes que en el filosófico como es mucho antes el mito que el pecado. Ya lo dije, en aquel tiempo mi visión del cine era manual. Ducho sobre esas olas nocturnas como un bronceado tablista en el sueño húmedo en una tarde de verano.

No existía en aquel tiempo el pecado de la carne encarnado por la Isabel Sarli, ni la Libertad Leblanc, ni Ana Luisa Peluffo, ni Ana Bertha Lepe, ni Sonia Furió, ni Lorena Velásquez. Mucho menos existía Michelle Pfeiffer, ni Kim Basinger, ni Sandra Bullock. Jamás iba imaginar que luego llegarían Sharon Stone, Demmi More, Jessica Lange, Genna Davis, Wynona Ryder, Uma Turman, Jane March, Naomi Watts ni la cuarentona María Bello y mi favorita actual, la Scarlett Johansson que nació en Manhattan a unas cuadras de donde Woody Allen se masturbó atrapando con la izquierda el fotograma de “De aquí a la eternidad” con la despachada Deborah Kerr revolcándose en la playa con el aventajado Burt Lancaster.

Y aunque tiempo luego me hice íntimo de Ornella Mutti haciendo mutis, no obstante, aquella tarde que conocí a Raquel Welch, comprendí cual era la verdad verdadera de la escuela de la filosofía de la pelvis de la que tanto hablara el maestro José Ortega y Gasset en su texto Del antiguo amor a la sabiduría no corrompida. Y entendí también que la retórica del colchón y la erótica del catre --ver el westers “Los 100 rifles”, donde Jim Brown, negro él, poseía a la boliviana Raquel Welch, a la manera Siux, es decir, flechada literalmente por el falo vengador del KKK--, la erótica del catre, decía finalmente, estaba simbolizado semióticamente hablando, en el mismo cuerpo mas no en el alma de mi Raquel Welch. El escritor nueyorkino Gore Vidal también la amaba aunque debo aclarar que él es homosexual. Yo no, hasta la fecha.


martes, 6 de marzo de 2012

SABOR A MI

Deseo con punta y puntual


Ay cariño,

Yo tengo un pecado nuevo,

que quiero estrenar contigo…

Martínez-Mores

Reloj no marques las horas, es la frase puntual del mexicano Roberto Cantoral, muerto tardío. En su tiempo exacto, a Cantoral lo conocí cantando al oído de una mujer. El oído era de la modelo –nada ejemplar—peruana Carla Barzotti, el “Mejor Cuerpo” en el certamen “La Modelo Latina 1996”. De ella había leído que fue víctima de los dos licántropos, uno más disímil que el otro: Julián Legaspi y Roberto Cantoral. En principio, para el interés cárnico, trataré del segundo. Roberto Cantoral estaba tomando un Pisco Sour. Su fama de mujeriego contrastaba con su apoltronada estructura de Juan Tenorio jubilado en una de las bancas de uno de los jardines del Hotel El Pueblo. La esperaba a ella. Yo lo había esperado a él para hacerle una entrevista para la televisión. En ese trance, era el único periodista a la espera de aquel encuentro entre el deseo y el besuqueo. Mi pesquisa se inició cuando Carla Barzotti contestó el teléfono de la habitación del hotel cuando yo quería hablar con él. Supe así que se vivían. Entonces entendí la fuerza carnal que poseía el bolero.

Roberto Cantoral García nació el 7 de junio de1930 en Ciudad Madero, Tamaulipas. Cierto, de joven tenía madera, con Antonio, su hermano, dieron a luz el dúo de nombre creativo, “Hermanos Cantoral” y fueron conocidos por su sangre poco popular, aunque sí, su estilo masivo: el amor cantado, el bolero patafísico. De ese tiempo son su encierro con la composición de los temas “El preso número 9” y canto agnóstico “El crucifico de piedra”.

Divorciado del hermano contrajo unión con un trío, “Los Tres Caballeros” aunque para muchos, no lo eran tanto. Con los otros dos consolidó un tiempo de oro en la música romántica. El bolero de tríos. Pero Cantoral cantaba para sí mismo lo que otros pensaron que era para ellos. Sus temas como “El reloj”, “La barca”, “Regálame esta noche” “Soy lo prohibido” y “El triste” son clásicos del gozo cuasi correspondido, manuales para enamorarse y lo contrario, mientras se canta en puntillas tratando de escaparse del dormitorio de la otra.

Solo un cantante se puede apellidar Cantor o Cantoral. Roberto fue así. Tan inolvidable por haber musicalizado el clásico el melodrama latinoamericano casi hindú: “El derecho de nacer”, como haberle puesto música y letra al momento más excitante del arrechamiento. Pero así como fue líder en la cama lo fue también del gremio. Gremialista hasta sus cachas, en 1982 es elegido Presidente del Consejo Directivo de la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM). El cargo se lo tomó bien a pecho como lo hacía con el tequila. Y se sintió el Fidel Castro del romance o peor, el Muamar el Gadafi del bolero. Cantoral perdía plata, perdía amores, perdía joyas –por enamorarse como un loco de cualquier cosa que se mueva y tenga tetas—pero jamás perdió aquella presidencia donde se constituyó en un dictador musical hasta el 7 de agosto de 2010, aquel día que su reloj o corazón dejó de marcar las horas.

Yo lo recuerdo más que a nadie porque fuimos amigos por cerca de 16 horas. Luego de entrevistarlos, a Roberto y Carla, desde los sofistas hasta el último secreto del ars amatoria, coincidimos –frente al mar de la bahía limeña—entre whiskys y más besos (de ellos) en que, como dice Cabrera infame más que infante, que: “quien ha enamorado a más de una mujer se ve condenado a repetirse: la primera vez como drama, la segunda como farsa”. La cita es de la saga Ella cantaba boleros y Cantoral lo conocía. Lo conocía digo, porque me imagino ahora estarán en el cielo que es el infierno de los buenos amantes, muertos del máximo de los gozos.

Carla Barzotti, aquella noche, en el restaurante Costa Verde era una niña traviesa. Retozaba sobre el hombro de su hombre. Cantoral le tocaba los muslos y mucho más por debajo de la mesa a la manera de Manzanero. Yo tocaba el violín y de jodido que es uno, mientras él me rejuraba que yo era su cuate de toda la vida, les confesé que era marxista, de la línea Groucho. Carlita aplaudió, pensó que hablaba del sétimo arte y no de la sétima revolución socialista. Cantoral, que estaba a punto de firmar un cheque para que yo viaje a la ciudad de México como testigo de esa boda con joda, detuvo el bolígrafo, me miró como Stalin observaba a Trotsky y gritó: “Mozo, alejen de mi mesa a este perro comunista”.

Cuando me alejaba a medianoche a la orilla de la playa buscando los aretes que le faltan a la luna, me decía para mis adentros “Hoy mi playa se viste de amargura, porque tu barca tiene que partir, a cruzar otros mares de locura, cuida que no naufrague en tu vivir”. Cierto, luego me enteré que allá en México no llegaron a casarse, que todo fue como los boleros de burdel, que Cantoral se había liberado otra vez, y que le juraba amor eterno a otra joven mujer. Carla Barzotti sigue tarareando hasta hoy: “Detén el tiempo en tus manos, haz esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca”.