A cruzar otros mares de locura
(La otra penetración)
Fragmento de mi libro "Sabor a mí" que se presenta este viernes 20 de julio de 2012 en el Feria Internacional del Libro de Lima.
El bolero no es
un género musical, es el degenerado orgasmo de los oídos trajinados y
enamorados en los caldos de la metafísica de la pelvis. Se oye así desde que
hombres de raza blanca amerizaran en el follaje del pubis nativo del nuevo
mundo. Nadie entiende entonces cómo el descubrimiento de América no tenga en
ese instante como forma y fondo la melodía de la penetración y el de ser
penetrados, a las orillas del mar Caribe, donde la carne nativa y sus tejidos
con la fibra europea produjeron tamaña creatura. El bolero es un pre-texto para
escribir de sudores más que de amores de aquella amalgama de dos mundos y la
galvanización de dos submundos distintos aunque no diferentes.
Su origen así, es
trajinado como una tempestad en alta mar. El nacimiento del bolero está
confirmado que fue parido sin parar en una travesía sobre las olas calmas del
Atlántico, luego tormentosas. De esa forma y no de otra, cuando la tierra era
plana y sin protuberancias, y según este aserto, el bolero habría llegado a las
Indias con el mismo y silente Cristóbal Colón para descubrir la redondez de
pechos y nalgas expuestos a la conquista. Luego, europeos y africano mestizan
un género ante las orejas de los nativos del nuevo mundo a quienes les trajeron
sedas, gramas y dramas que los invasores
del viejo mundo tarareaban para no marearse.
España primero
introdujo es espolón musical. Luego, hay un bolero francés reconocido, el de
Maurice Ravel pero precisamente ese no es el bolero que conocemos. Un bolero
como el nuestro, ya lo dije, no es un género musical. Es un rito del amor y un
espasmo para bailar. Es entonces el primer género sonoro con música y letra que
se baila no para el arte plástico de los cuerpos sino para iniciar su encaje.
Una integración de cuerpos bis a bis que los clérigos llamaron “la del obispo”.
Y al principio
era lo que en esa era fue música para sudores. Y lo llamaron de diferentes
maneras. Fue así habanera, danza o contradanza. De usted depende. Lo que está
confirmado es que aunque tenga nutrientes de aquí, allá o acullá, al final, el
bolero resulta cubano sin duda alguna. Y cuál fue primero, el bolero o la
bolerista. Hasta hace unos horas, se aseguraba que fue en 1885 que el anónimo Pepé
Sánchez, un trovador de Santiago de Cuba, habría creado el rótulo del primer
bolero al que tituló desafortunadamente “Tristezas”. La historia nació siempre
para ser corregida. Ese es su futuro.
Los arqueólogos
musicales de esa isla, la Gracia del Caribe, Cuba, han demostrado luego que la
primera mención de bolero corresponde al mes de julio de 1792. Es
decir casi un siglo antes. De aquella nominación y el año es hoy oficial que su
primera mención que se hace en Cuba del bolero se produce en tinta negra sobre
papel blanco en el diario nada original: “Papel Periódico”, un tabloide que
circulaba en la ciudad de La Habana antes de Fidel Castro, el dictador de la
eternidad de la revolución con Pachanga y sin charanga.
Y a qué tanto salto y brinco. Que como el tango, el bolero fue al
principio concupiscente. Por lo tanto, su paternidad proviene de varias
simientes. Y sin mentir, que como ningún otro aire musical, el bolero hiede a
placer, a maullido prostibulario, a gemir orillero. Lo que García Márquez
bautizó como “amores contrariados”. Si Jorge Luis Borges hablaba infiernos del
tango mas no de la milonga, su madre, por qué “Gabo” no tiene derecho a decir
que sus relatos más para leer son para bailar a escondidas y con las rodillas
recogidas. Así, el bolero no era para cucufatos. Y está bien, sin ese infierno
no hay razón que exista aquel cielo.
El investigador cubano Natalio Galán zanja el tema en su estudio
“Cuba y sus Sones” afirmando que el bolero era hasta el siglo XIX un tipo de
música que prevaricaba con ser una de las tantas musiquillas que pecaban de
‘españolizada’. Confirma así que el bolero forma y se integra a los imaginaros
que la naciente etapa republicana acababa de dar a luz un estado erecto ahora
casi como un brebaje revolucionario, la primera Cuba libre.
Galán afirma que es luego de 1836 que surge una suerte de rechazo
a esa manera de bailar entre ocho parejas
y que los españoles solían llamar “boleras”. Que esta danza a decir de
otro especialista, Estaban Pichardo –citado a su vez por Fernando Ortiz en tu
texto “La música
afrocubana”—tenía parentesco con “La cachucha”
que como otros géneros, se practicaba para calmar la ira de los cuerpos y el
amotinamiento de los músculos.
El proceso de la formación del bolero
entonces, abarca más de trescientos años. Y qué bien. Su compleja consolidación
está investigada y vuelta a investigar en Cuba. Por ello, si el bolero hoy
tiene vigencia es precisamente porque no fue creado de un día para otro. Que
antes tenía un compás de 3x4 y luego, en el siglo XX cambia radicalmente a un
2x4, es propio de su emulsión y trasiego.
Finalmente, en el “Diccionario de la Música Cubana” de Helio Orovio
se afirma literalmente que: “Es en 1840 cuando se observa la
transición del bolero al compás 2x4”. Orovio advierte que es en 1860 cuando
desaparece aquella ‘seguidilla’ y que el ritmo y melodía se purifica de sus
hispanismos.
Que en 1870 al bolero se le incorpora el “cinquillo” --en compás de 2x4--. Un
cinquillo de semicorcheas equivale a una negra. 5 en vez de 4--, además, que en
1890 abundan ya los boleristas orientales (de la provincia cubana de
Oriente) que convierten los “danzones” (unión de la contradanza con el son) casi
en los boleros como hoy los conocemos. Con guitarras, pianos o violines, el
tema da para más. Que como se preguntan en Cuba, de dónde son los cantantes.
Que como aquí se consigna, este es un libro de romances y que la historia
oficial del bolero todavía no se ha escrito. Y mejor, así nos seguiremos
enamorando sin preguntar por qué ni para qué.
Diré para empezar que si hay un bolero cubano que habita en el
alma latinoamericana, hay otros boleros que tienen semas que se divulgaron con
profusión en las naciones que se iban independizando de los rigores del canon
amariconado del otro glúteo del mundo. México es un caso, promovió el bolero de
tríos, de orquestas, de mujeres carnosas y de machos rancheros. Fue así que el
cine con Pedro Infante o Toña La Negra propago el virus de aquella bolerística
que antes solo servía para enamorar y que luego fue himno de los despechados.
Por ello, siguiendo los mandamientos del maestro mexicano Roberto Cantoral y citaré
a la manera de aquel Seneca de los ardores un fragmento de su bolero La Barca: “Hoy que mi playa se viste de amargura/ porque tu barca tiene que partir/
a cruzar otros mares de locura / cuida que no naufrague en tu vivir /cuando la
luz del sol se esté apagando/ y te sientas cansada de vagar /piensa que yo por
ti estaré esperando/ hasta que tu decidas regresar”.