lunes, 1 de noviembre de 2010

ESPECIAL Mario Vargas Llosa III



"El periodismo ha sido un buen complemento
de mi vocación literaria"


Mario Vargas Llosa a los 15 años trabajando en La Crónica.
Jamás dejó de mencionar al periodismo como ejercicio que lo llevó a descubrir los secretos de la información que nuestro Premio Nobel convirtió en la escritura del arte: la literatura. En una encuesta de IPSO APOYO, no obstante hay 10 % de peruanos que no siente orgullo por esta distinción y 13 % asegura que MVLl no ayuda a mejorar la imagen del Perú en el mundo. Cierto. Si el casi 50 % no ha leído jamás alguna obra suya y ni siquiera sabe que Vargas Llosa es periodista. ¡Qué verguenza!(EJ)



NUEVA YORK (AP).- El escritor peruano Mario Vargas Llosa recibió ayer el premio Maria Moors Cabot a la cobertura periodística excepcional latinoamericana, en una cena en la Universidad de Columbia a la que asistieron decenas de personalidades de la prensa.

"El periodismo ha sido un buen complemento de mi vocación literaria", dijo el novelista en el podio tras agradecer el reconocimiento. "Empecé a los 15 años cuando mi padre me consiguió un trabajo en un diario de Lima y traté de cubrir de todo, desde crimen y deportes hasta política y obituarios".

El autor de "La casa verde", "La ciudad y los perros" y "Lituma en los Andes", entre otras obras, aseguró que el periodismo le ha dado un gran número de historias para sus relatos y que "es un arte que puede ser tan creativo como un trabajo literario, con la diferencia de que el escritor debe apegarse a la realidad".

"Rendimos honores a Mario Vargas Llosa por su distinguido aporte al periodismo", anunció el maestro de ceremonias al presentar al agasajado. "Tanto en su condición de inagotable reportero de prensa y radio, como de meticuloso artesano del lenguaje y cronista de los logros y desaciertos del ser humano, Vargas Llosa se ha pasado la vida defendiendo los valores democráticos y promoviendo el entendimiento interamericano".

El escritor señaló que el periodismo es la mejor herramienta que tiene la sociedad para descubrir sus fallas y luchar por la democracia y la libertad de expresión, e instó a sus colegas a rechazar el amarillismo y ofrecerle a los lectores siempre la verdad, del modo más objetivo posible, para que éstos puedan desarrollar sus propias opiniones.

"Mantengan en mente su responsabilidad como periodistas", concluyó.

Durante la velada, el comité universitario también concedió el premio Cabot a Ginger Thompson, ex directora de la oficina del diario The New York Times en Ciudad de México; José Hamilton Ribeiro, de TV Globo en Brasil, y Matt Moffett, corresponsal sudamericano del Wall Street Journal.

"Los ganadores de este año ilustran el estándar del premio Cabot: el máximo nivel de profesionalismo y perspicacia periodística en la búsqueda del entendimiento interamericano", dijo Nicholas Lemann, decano de la Escuela de Periodismo de Columbia, en un comunicado. "Estamos muy orgullosos de los 68 años de historia de este premio y aplaudimos a los ganadores".


miércoles, 27 de octubre de 2010

ESPECIAL MARIO VARGAS LLOSA II


'La escritura es una venganza. un desquite de la vida'

Esta es la historia de dos décadas, las que van desde el fracaso de su carrera política en Perú al éxito del Premio Nobel. Es la historia de un hombre que se sintió 'abandonado' por su pueblo, al que dedicó el sacrificio de dejar la literatura. Es la historia de cómo un fracaso lo convirtió en otro hombre. La escritura fue su desquite de la vida. Su venganza. Y es la historia de cómo Mario Vargas Llosa y sus hijos desnudan desde su residencia en Nueva York sus sentimientos durante las 48 horas que siguieron a la conquista del máximo galardón de las letras mundiales.




El día en que ganó el Nobel de Literatura alguien le llevó a Mario Vargas Llosa a Nueva York unos dulces de Arequipa (Perú), guargüeros. Estaba feliz, era un premio para el Nobel. Los guargüeros son como unos pestiños rellenos; tienen la apariencia de algunas pastas italianas, y saben a dulce de leche. En ese sabor está su infancia, Arequipa entera.


En ese ambiente blanquecino del apartamento alquilado en uno de los edificios más altos de Columbus Circus (Nueva York), el autor de El pez en el agua parecía, en efecto, un pez en el agua. En el paraíso. Como en la infancia, mimado, agasajado. La infancia acabó cuando tenía 11 años y el padre (al que creía muerto) regresó a su vida. Muchos años después, esos dulces y el Nobel le llevan al paraíso que perdió cuando iba a atravesar la raya de la adolescencia. Ahora esos dulcecitos, que son como los que su abuela le hacía, le llevan a la ya tan lejana infancia.


O no tan lejana. El Nobel, de 74 años, tiene aquellos años incrustados en la memoria como el tiempo en que se hizo a casi todo. Ahí descubrió el amor absorbente por la madre, asimiló que no tenía padre, que este estaba en el cielo o que nunca existió, y descubrió la literatura en los libros que circulaban por la casa grande de la familia enorme con la que se crió.


En ese libro, El pez en el agua, se cuenta esa historia, sin la cual es improbable que alguien tenga una idea cabal de quién es de veras este hombre al que muchos aman y otros crucifican. Los que lo crucifican creen que es un reaccionario que cambió de rumbo y traicionó sus ideas izquierdistas de los años sesenta en que toda revolución tenía su asiento; los que le siguen amando o bien ya lo amaban en los sesenta y entendieron su evolución, o bien simplemente le han leído y saben que sobre esta literatura ahora avalada por el Nobel no valen los tópicos amasados con las ideologías.


Los suecos de la Academia, que parecía que nunca iban a aceptar que Vargas Llosa es uno de los grandes escritores del mundo, finalmente le concedieron el Nobel y además fueron muy explícitos sobre las razones del merecimiento: porque ha sido capaz de contar la cartografía (eso dijeron, cartografía) del poder para mostrar sus miserias y también para expresar la lucha, la revuelta, del hombre por la libertad.


A Vargas Llosa le divirtió mucho la palabra cartografía, pero le emocionó verdaderamente el resto de los argumentos. Comentó, ante un grupo de amigos a los que reunió en un bullicioso restaurante italiano de Nueva York: "¡Qué dirán mis críticos!". Enmudecerán. "¡Qué va! Quien está mudo soy yo".

No está mudo, claro que no; se despertó de aquellos catorce minutos de incertidumbre. Creyó que era una broma, como la que le gastaron hace años a Alberto Moravia, pero catorce minutos después le llegó la confirmación: era Premio Nobel de Literatura de 2010. Su hija Morgana, de 36 años, fotógrafa, lo vivió llorando en Lima, con sus dos hijas y con su esposo, Stefan; su hijo Gonzalo, de 43 años, diplomático, funcionario internacional destinado ahora por ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) en Santo Domingo, lo vivió viajando a Haití, y Álvaro, el periodista, de 44 años, escuchó la noticia "estupefacto, paralizado, y luego feliz" en la casa de Washington donde vive con su mujer, Susana, y sus tres hijos.


Las hijas de Gonzalo están en Suiza, en un internado. Todos los nietos ("tienes que añadir ahí a Jurema, mi perra", dice Álvaro, "que es como otro nieto"; desde Lima, salta Morgana: "¿Y por qué te olvidas de mi pobre D'Artagnan, que está tan viejito?") han vivido de manera peculiar esta noticia, que ha revolucionado la vida familiar de esta gente que come guargüeros allá donde se encuentren. La de los Vargas, gracias sobre todo a la capacidad aglutinadora de Patricia Vargas Llosa, la esposa que también fue (o es) prima, es una familia muy sólida, que celebra en unión los veranos y las navidades, que busca cualquier motivo para juntarse y que se apoya también en los tiempos difíciles. Patricia es la brújula de esta navegación familiar, y en tiempos de incertidumbre (cuando Álvaro y Mario riñeron por cuestiones políticas relacionadas con Perú) ella fue la que condujo el conflicto por las vías que permitían un civilizado, y emocionado, reencuentro. Este tuvo lugar en Miami, cuando a Álvaro le dieron un premio, meses después del desencuentro; el padre, la madre y otros miembros de la familia quisieron acompañar a Álvaro, y ahora este dice: "Fui el culpable", con la misma emoción con que vivió la reconciliación.


Así que aquí, en esta familia, todo se vive como un espectáculo tranquilo, pero bullicioso y coral. Y el Nobel iba a ser un terremoto que a todos les afectó de un modo distinto, pero que conmovió por igual a todos. Hablábamos de los nietos. Gonzalo cuenta que, cuando se supo que el abuelo había ganado el principal premio de las letras mundiales, su hija Ariadna, que tiene diez años, le expresó por teléfono su preocupación infantil. Como él, que tenía peores notas que Álvaro en la escuela, Ariadna no obtiene los mejores resultados, y el premio del abuelo la tenía inquieta. Le dijo al padre: "O sea que, como al abuelo le han dado ese premio, a lo mejor ahora los maestros me piden que saque mejores notas".


A Leandro, el hijo mayor de Álvaro, que tiene ahora 14 años, le preguntaron en la escuela si su abuelo era alguien especial. Y se escondió detrás del flequillo como quien quiere huir de un alud. "No, no es nadie especial", farfulló. Tímida como ese sobrino suyo, Morgana, que ha sido compañera nuestra en EL PAÍS, y que ha acompañado a su padre en algunas de las aventuras más arriesgadas (Irak, Israel, Palestina) o placenteras (los escenarios de El paraíso en la otra esquina) tuvo que superar su retraimiento público cuando sonó la noticia y ella era la única representante familiar que podía hacer declaraciones en Lima.


Para curarse de su timidez, la hija más chica de los Vargas se tuvo que tomar tres copas de champán, y sin palabras todavía hizo que todos los periodistas que se agolpaban ante la vivienda familiar limeña pasaran a brindar y a conversar en esa casa de paredes blancas desde la que se ve el mar violento de la costa que acaricia Barranco. La fiesta adquirió tal carácter que la abuela Olga, madre de Patricia, tía de Mario, de 93 años, abandonó su postración y su desgana ante el mundo, se vistió de nuevo, se puso un pañuelo vistoso en su cuello de persona mayor y empezó a hacer declaraciones ante todas las cámaras de todos los noticiarios.

Se animó tanto con la noticia y con la aglomeración que no solo lloró cada vez que se acordaba del éxito de su yerno el Nobel sino que se atrevió a decir que sí, que ella, como Carmen Balcells (su agente literaria), como Fernando de Szyslo, el artista, quizá el más antiguo amigo de Mario, como tantos otros que han estado siempre cerca, iría también a Estocolmo. Cómo no.


Le preguntó un periodista a doña Olga, a la que también llaman Olguita:
-¿Y ya tiene usted traje?
-Tenía. Pero hemos esperado tanto tiempo que ya está apolillado y tendré que comprarme otro.


Han pasado veinte años. "Es curioso", decía Álvaro, y también lo decía el propio interesado, Mario Vargas Llosa, "mucha gente está de acuerdo en decir que han pasado veinte años desde que mi padre merecía tener el Nobel. Veinte años". Quizá, concedió el hijo mayor, fue porque entonces Mario tuvo su gran derrota política, y a partir de entonces ya fue solo un escritor. Su obra hasta entonces, sin duda, merecía ya el galardón, comentamos nosotros. "Sí, pero si hubiera salido presidente", añadió Álvaro Vargas Llosa, "mi padre jamás hubiera obtenido el Nobel".


O sea que es cierto que le vino Dios a ver cuando se produjo esa derrota. Sí, esa es la opinión de Morgana. Y es la opinión de toda la familia, que por otra parte estuvo implicadísima en esa campaña electoral que tanto placer como dolor produjo en los Vargas, e incluso en Mario, que a veces parece inmune a la naturaleza de los desastres.


Pero esa vez, cuando perdió las elecciones ante un candidato, Alberto Fujimori, que luego subvirtió el orden democrático, ensangrentó el país, robó, etcétera, Vargas Llosa cayó presa de un decaimiento del que fuimos testigos. Llegó a París, poco después del fracaso; había adelgazado cerca de veinte kilos, su delgadez era la delgadez de los derrotados. Su hijo Álvaro, que hizo la campaña muy estrechamente ligado a él, recuerda ese momento como un instante de estupor. Vargas Llosa, el ahora Nobel, podía irse a un lado o al otro de la balanza; su equilibrio, sin embargo, le ayudó a superar el primer lunar verdaderamente serio de su trayectoria. Lo del padre (que le metiera en un colegio militar, que considerara "mariconerías" su pasión por la escritura, su carácter dictatorial) ya estaba deglutido en la memoria. Pero esto era nuevo; perder así, recuerda Álvaro, fue una tragedia.


Como siempre, como ante el desdén del padre, que era un desdén del destino, a Mario Vargas Llosa, dice su hijo, "lo salvó la literatura". En campaña leía "a Quevedo y a Góngora, cada mañana", y así salía a dar mítines, "a prometer un Perú mejor para los ciudadanos". Cuando perdió, "se consideró traicionado por un pueblo al que dedicó el sacrificio de dejar la literatura", y ese desengaño lo maltrató. Hasta que se levantó otra vez, dice Álvaro. "Creo que la escritura de ese libro, El pez en el agua, lo salvó. Él solía guardar sus experiencias algún tiempo, como en La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La casa verde; las deglutía, y luego están presentes ahí, muchos de los viajes y de las experiencias de sus historias son sus propios viajes o experiencias".


Pero esta vez, concede Álvaro, "mi padre decidió tirar por el camino del medio y escribir esas memorias, una parte la memoria política, otra parte la memoria de la infancia. Dos historias, dos momentos de gran felicidad y luego de gran fracaso. Se atrevió". Salió hecho "otro hombre". El padre dice lo mismo. Sentado en uno de sus restaurantes favoritos de Nueva York, donde no hay guargüeros pero hay hamburguesas, Mario Vargas Llosa recuerda esa frustración que, veinte años después, ya no ensombrece su rostro, ahora el rostro feliz de un Nobel reciente.


"Trabajé mucho", dice Mario, "por un proyecto que creía bueno. Y la derrota fue una gran decepción". Pero volvió a lo suyo, "a lo que me estimula más". Escribió El pez en el agua: "Porque quería quitarme la experiencia de encima". "Un escritor tiene la ventaja de que puede convertir un fracaso en materia literaria, y eso lo alivia. La escritura es una venganza, un desquite de la vida".


Volvió, pues, "a la rutina habitual", y ya agarró un ritmo imparable. En estos veinte años, los que van del fracaso al éxito (los dos impostores de los que hablaba Rudyard Kipling, Nobel también, en su poema If), ha escrito novelas alegres, novelas tristes, ha hecho ensayos literarios y políticos, ha hecho periodismo, viajes, ha dado conferencias, se ha metido en líos monumentales (como cuando enfadó a Octavio Paz, su amigo, llamando al México del PRI una dictadura perfecta), ha arrostrado el lugar común de su conservadurismo (que repiten sobre todo los que, como en la famosa anécdota, han hecho con sus libros lo que Sofía Mazagatos: no los leen pero los juzgan), y, en definitiva, ha vivido los altibajos de cualquier existencia "con el entusiasmo y la alegría del que sabe que la vida merece ser vivida".



Para hacer todo eso ha sido preciso "mantenerse en forma, cuidarse, viajar, a Palestina, a Irak, a Afganistán, ha sido preciso ir al Congo, al Amazonas, al Pacífico en busca de Gauguin. La verdad es que no he parado. Y no pienso parar", dice Mario Vargas Llosa, "mientras tenga ilusión y curiosidad y me funcione la cabeza, que de momento creo que me sigue funcionando. La vejez no me aterroriza mientras pueda seguir desplazándome. Me acerco a la muerte sin pensar en ella, sin temerla. Mientras trabajo me siento invulnerable".


Ha cambiado. Mucho. Morgana nunca hubiera creído que aquel obseso por el trabajo sería un día tan buen cuidador de sus nietos, con los que juega y por los que se desvive hasta el límite de las payasadas que contentan a los muchachos. Es ahora más alegre, cree Álvaro, y Gonzalo piensa que algo que siempre ha tenido en cuenta, en su relación con los hijos, y ahora con los hijos de los hijos, "es la experiencia con su padre; jamás ha querido ser el hombre autoritario que él mismo tuvo encima en su adolescencia". Esa experiencia, que el propio Mario confiesa dolorosa, "fue una influencia estimulante para que mi padre nos tratara con enorme tacto", según Álvaro.


Gonzalo recuerda algunos episodios que pueden ilustrar la evolución de esa relación paterno filial. Cuando este joven servidor de la ONU para ayudar a los refugiados era un chiquillo de 16 años resolvió hacerse rastafari; se dejó los pelos hasta los hombros, se dedicó a fumar marihuana y a escuchar reggae, y durante dos años desoyó insistentemente los avisos de su padre para que abandonara esa deriva. Gonzalo era un rebelde; ahora él recuerda que su padre tenía sobre él dos miradas: la del padre y la del escritor: "Y eso convertía su actitud hacia conmigo en una actitud algo cómplice". Hasta que escribió su célebre artículo Mi hijo el rastafari en el que aventó al mundo, con humor y con condescendencia, lo que, además de un drama familiar, dice Gonzalo: "Era también un asunto para su periodismo y para su literatura". Gonzalo ve ahora ese episodio casi como lo vio su padre: "Pero entonces yo sentía la necesidad de rebelarme, como mi padre hizo muchas veces con su propio padre, y yo creo que por eso él entonces me entendió".


Y cuenta algo más Gonzalo que revela esa relación que la vida ha endulzado hasta extremos que el propio Mario confiesa divertido: de aquel padre que los metía a leer obligatoriamente a la salida de la escuela, "cuando todos nuestros amigos jugaban al fútbol", hemos pasado a un padre y a un abuelo que se viste de Papá Noel y es capaz de cargar a los niños para que estos hagan lo que quieran con él. Pero aquella dictadura leve del padre que los hacía leer obligatoriamente "nos dejó una disciplina". "Yo mismo", dice Gonzalo, "vuelvo a esa experiencia de leer todos los días como una de las influencias más valiosas en mi relación con él".


Han cambiado los tiempos; aquel 1990 de la derrota dejó paso a este otro momento de la vida. Pero algo de rencor, algún ajuste de cuentas quedará en los resquicios, le pregunté en ese restaurante típicamente norteamericano donde se comía una hamburguesa típica, a mediodía. ¿No siente como la expresión de una venganza propia el hecho de que Fujimori esté en la cárcel?


No, qué va. "Fujimori no me derrotó, fue una mayoría de los electores peruanos. Yo nunca le ataqué mientras mantuvo la democracia, pero, obviamente, él rompió las reglas del sistema gracias al cual había llegado al poder, y por los delitos que cometió cumple ahora pena. Pero jamás tuve la tentación de desearle un final así. Ni está en mi carácter el ajuste de cuentas. Pero me alegro mucho del juicio justo".


En este tiempo, en estos veinte años que cruzan la vida desde el fracaso al triunfo, ha escrito novelas en las que el sexo se alterna con la aventura, y otras, como La fiesta del Chivo o esta última, El sueño del celta, en las que se aventura por los caminos de la maldad, y aunque él interviene ahí como el contador, el narrador que explora el camino para presentar la historia como si usara un espejo, sí es evidente que quiere trasladar el compromiso moral que hay detrás de toda su obra de esta naturaleza. "La descripción de la maldad", dice, "obliga a una toma de conciencia moral. Si no detenemos a tiempo la capacidad de destrucción del ser humano, el resultado es el horror; ha ocurrido en el pasado, y ahora la democracia frena ese horror. Es un tema obsesivo para mí en los últimos años. Y es un tema recurrente; está en Congo, en esta última novela, está en la Amazonía, en La guerra del fin del mundo, está en la locura terrorista en Lituma, y está, sin duda, en esas dos novelas que dices. Pero también está en mi periodismo; mira lo que he hecho en Irak, en Palestina, en Afganistán".


El infierno en cada esquina. ¿Y el paraíso? ¿Ha reencontrado Mario el paraíso? El autor de El paraíso en la otra esquina, la novela en la que Gauguin se revuelve como una pesadilla a veces gozosa, es consciente de que aquel paraíso en el que era mimado, querido, consentido por toda la familia, "hasta que llegó el padre", no volverá jamás. "No está ese paraíso en la vida real". Pero haberlo perdido "tampoco debió ser una tragedia". "Gracias a eso", continúa, "gracias a que mi padre me metió en un colegio militar, gracias a que me impidió a veces con saña ser un escritor, tuve una experiencia que me dio la oportunidad de escribir con un gran material literario. Si eso no hubiera ocurrido, probablemente yo no hubiera sido un escritor. Y sí, escribir es un placer, te permite salir de cualquier circunstancia terrible, te lleva a defenderte de cualquier adversidad. En ese sentido escribir es mi paraíso".

Y el paraíso es la familia. Le pregunté a Morgana Vargas Llosa qué significado tiene en el padre la figura de Patricia, la madre. "Es la compañera inseparable sin la cual mi padre no sería nada". Dice Morgana que su padre no sabe el número de teléfono de la casa, no sabe ni siquiera su dirección, es incapaz de cambiar una bombilla, desconoce por completo cómo se pone en marcha una lavadora y jamás ha frito un huevo. Pero esta mañana, le digo, su padre me ha explicado, en contra de la opinión de su madre, que el apartamento en el que viven ahora en Nueva York lo paga él y no la universidad. Un detalle de que está atento, ¿no, Morgana? "Qué va. Fíate de mi madre. En eso también ella tendrá razón".
Poco después cacé al vuelo lo que Mario le decía a unos periodistas franceses: "No me sé mi mail, jamás agarro un teléfono que esté sonando, no sé usar los teléfonos celulares. Y solo me acuerdo del primer número que tuvimos cuando nos casamos, hace 45 años. El 46 40 60".


Cómo no introducir en esta retahíla de visiones familiares del Nobel Vargas a Carmen Balcells, la mamá grande de varias generaciones de autores, y muy especialmente la mamá grande de Mario. Una vez Carmen Balcells lo levantó de la silla de sus trabajos forzados en Londres y lo puso a escribir. Lo sentó, por así decirlo, en el paraíso. Ese paraíso tuvo una interrupción que pudo haber sido eterna, cuando la política lo sedujo demasiado. De ese fracaso se levantó hecho otro hombre. Los hijos piensan que ese trozo de paraíso en el que ahora habita con el trofeo del Nobel de Literatura no hubiera sido posible si Patricia no hubiera estado ahí, haciendo que los sueños del escritor se convirtieran en la letra insistente que ahora le premian en Suecia.


El sábado posterior a la concesión del Nobel, Vargas le dijo a su agente, Carmen Balcells, en la radio peruana: "¡Cómo pudiste seducir a los veinte jurados de la Academia Sueca!". Con el mismo humor, la mamá grande de los autores del boom (García Márquez, Donoso, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar) exclamó: "¡Tengo mis recursos!".

Los dos saben que no es cierto. La llave de este paraíso la tiene el genio, que Carmen supo vislumbrar y que Patricia ha cuidado como se cuida un hijo, un nieto, un marido o un sueño. Como cuidaba la abuela la receta de los guargüeros, el inolvidable sabor del paraíso.






ESPECIAL MARIO VARGAS LLOSA


Enviado especial al infierno tan temido

Mario Vargas Llosa ha acometido varios atrevimientos en El sueño del celta, y de todos ha salido triunfante e indemne, más noble aún que cuando entró en el infierno tan temido. Ahí es donde ha encontrado, en cueros a veces, despojado en todo caso de la careta que el alma se pone para que no se vea el cuerpo, a Roger Casement, un idealista al que la vida le esperaba como una metáfora de la maldad. Ahí, en ese territorio que se multiplica por cuatro (África, la Amazonia, la cárcel, el sexo), Roger toca el infierno tan temido, la maldad humana en su estado más puro y por tanto más enfangado.

POR JUAN CRUZ




En ese abismo que va cubriendo el romanticismo de una vida alentada por los viajes y por la voluntad de ayudar a los otros, Casement ve de todo, pero sobre todo ve cómo el hombre se sirve de la fuerza, de la fuerza física, y también del dominio inmoral de la riqueza, para someter a los otros, para agarrarlos de las tripas o del espíritu para convertirlos en bestias espejos a su vez de la bestias. Casement asiste a todas las formas de degradación humana, y el novelista le sigue, asustado ante esas formas de degradación que a veces rozan de manera terrible al propio protagonista. La nobleza del que mira, Mario Vargas Llosa, permite al lector asistir a ese descenso paulatino a los infiernos con la misma óptica que la que usa el narrador: en ningún momento clava el novelista ninguna flecha en la mirada del protagonista, o para salvarlo o para estigmatizarlo; sólo al final, cuando el epílogo le sirve de reposo después de ese relato escalofriante y detenido, como de corresponsal en una guerra terrible y más inhumana aún que las guerras, Mario Vargas Llosa se aventura a desvelar su propio sentimiento acerca de una de las más abyectas maniobras contra Casement.




El novelista, hasta entonces, había sido un notario aterrado de las desviaciones humanas que convirtieron la mirada de sir Roger en una sucesión de descubrimientos fatales acerca de la maldad como infierno humano. ¿Fue sir Roger, en su vida personal, en sus inclinaciones sexuales, tan aberrante como quiso presentarlo el Gobierno británico para degradarlo? Ahí es donde únicamente el novelista abandona su puesto de observación asombrada: hasta entonces ha ido relatando, con la minuciosidad de un forense que acaba de asomarse al abismo del hombre como bestia, la historia de diversas degradaciones hasta llegar a la exaltación del hombre que quiere trabajar por la libertad aún a costa de su vida o de la lealtad a su patria postiza.






Donde el libro alcanza la plenitud, allí donde el hombre se enfrenta al espejo roto de la vida, es en los episodios de la cárcel; una cárcel del alma, donde sir Roger halla consuelo o preguntas, el lugar en el que la comunicación busca una nobleza que parece residir tan sólo en las humedades encarceladas del alma. Esos episodios son especialmente emotivos, y el lector va recorriéndolos como si estuviera tocando la herida de una autobiografía. Pues el libro en ningún caso, y ese es un mérito radical, trata de una historia lineal, algo que ocurrió en África, en la Amazonia, en Irlanda, en Alemania, en los distintos vertederos de vida o podredumbre que visitó Casement en su descenso a los infiernos; sino que esta obra de Mario Vargas Llosa es, sobre todo, un espejo oscuro del alma humana, y no se lee como una novela a la que uno se asoma como un espectador y luego abandona sus intersticios brumosos como si hubiera asistido a un cuento horripilante pero fantástico. El sueño del celta es sobre todos nosotros: este libro roza el alma humana, la atraviesa y la devuelve en su estado más verdadero, oscura o clara, clemente o maldita.




Para hacer esto, para convertir una historia así en una novela despojada de artificio el novelista se ha situado en el lugar del enviado especial; parece un cronista del susto, lo narra, como decía el poeta José Hierro, sin vuelo en el verso, ha ido desplegando su memorial de horrores y lo ha dispuesto como una suma que él mismo siente como una punzada vomitiva en el corazón. El contrapunto, la zona de sosiego, es, curiosamente, el lugar en el que el hombre purga el infierno, y ese lugar de paz es la cárcel, y al fin la muerte, como la deseada salida del ángulo muerto al que han ido conduciendo su vida. La cárcel como muerte y a la vez como sitio de reflexión o de salida del horror en el que la vida te envuelve, como una casualidad llena de barro o de sangre o de maldad.

Es un libro escalofriante del que uno sale con la boca pastosa, llena de hormigas oscuras que van deletreando esa palabra tan temida, i-n-f-i-e-r-n-o, la terrible, inclemente maldad del hombre hundiendo en el fango el cada vez más deterioro prestigio de la palabra nobleza.

miércoles, 18 de agosto de 2010

domingo, 20 de junio de 2010

ONCE POR ONCE




Columna 10 (Domingo 20 de junio)

Papás sin hijos

Eloy Jáuregui *

Lo ampayé en Plaza San Miguel. “Mis compras por el día del padre”, respondió Urbino Pérez, el cebichita salsero, ante mi mirada inquisidora. “Maestro, usted no tienes ni hijos, ni viejo”, le dije. Y ahí quiso convencerme sobre el gringo Michael Bradley, el del empate de EE.UU. a Eslovenia, que es hijo de su entrador y que padece del complejo de Edipo en su fase negativa. Freudiano, Urbino es el Capello del sicoanálisis. Había terminado el Ghana-Australia. Otro empate. Otro país africano que es apenas ilusión. La utopía negra de Pelé, aquella que predijo que África sería el poder del fútbol a inicios del S. XXI, no se cumple. Japón ayer no mereció perder con Holanda pero el portero Kawashima hizo honor a esa frase del gran Pancho Villegas: “Oiga –le dijo a un arquero muy malo--, las pelotas que van al arco, está bien, que sean gol, pero las que van afuera, no las meta”.


Ha pasado más de una semana de puro fútbol. El presidente García y el alcalde de Lima siguen desconectados de aquello que nos friega la vida. Burga va al Congreso y hace las de Mezzi. Me he vuelto a enamorar. Hace un frío de miércoles en Lima. Shirley Cherres quiere emociones fuertes con Bratt Pizza. Magaly y Guerrero regresan a la cárcel. A Roberto Martínez le gusta el tubo. El novio de Maricielo descubrió recién que ella no era virgen. No baja el precio de la cebolla y el tomate. Cada día abren más hostales. Cada noche se realizan más abortos. No me puedo comprar mi TV-HD. En EE.UU. siguen fusilando a reos. Se cayó otro avión de la FAP. Anelka le dijo a su DT: “Vete a tomar por culo, sucio hijo de puta” y lo botaron de su selección. Repito, me he vuelto a enamorar. Y dónde está el fútbol que nos prometieron.

Urbino me llamó ebrio por la tarde. “Te dije, todos los países se igualaron para abajo”, gritó. Le colgué. Hoy felizmente juega Brasil. A propósito, el diario O’Dia publicó: “Sexo + vino + helado= show de fútbol”. Se estaba haciendo eco de la ecuación simple colgada en la red social del ‘twitter’ que critica al juego del once de Dunga. Cierto frente a los enanos argentinos estos parece eunucos. “¡Dunga, libera el sexo de la selección!”, exigen por Internet. Tienen razón, uno que está al día en esa cancha, es full poesía.

*Escritor y poeta

sábado, 19 de junio de 2010

ONCE POR ONCE






Columna 9 (Sábado 19 de junio)

Ensayo sobre la ceguera


Eloy Jáuregui *

Estaba compungido y culifruncido. Urbino Pérez es muy sentimental, el amor lo tiene cagado. “Lloro por la muerte de Saramago y porque Cristiano Ronaldo es ateo”. Luego, con su pancito, limpió su plato hondo de Chanfainita pidiendo repetición en “El Huarique del Buen Sabor” de Cecilia Humaní de la Av. Canevaro. El sitio estaba poblado de taxistas, hinchas de Alemania, quienes tragaban el suculento bofe con amargura. Miraban abatidos. Amargos con Podolski que falló un penal y la expulsión de Klose. El equipo de Joachim Loew había sido un desastre y los Serbios con lo justo, le pegaron un cachetazo.

Yo cite a Saramago mirando a Urbino: “A veces la gente empieza a luchar por alguna cosa y acaba ganando otra. Pero para ganar la segunda hay que empezar luchando por la primera”. El vulgo no me entendió. Creen, como el bellaco de Aldo Mariátegui, que antes se jugaba mejor y que este mundial es un adefesio. Pobre charlatán de derecha. Urbino terció cuando los serbios se besaban como en una fiesta de ambiente: “Kobe Bryant debió jugar por los teutones”, dijo. ¿Bryant? Este está cojudo, pensé. Confunde el fútbol con la gloria de los Lakers, campeones de la NBA. Entonces puse orden.

El fútbol pertenece a la revolución científico-técnica propia del S. XXI. Bielsa con Chile lo demuestra. Se juega con un delantero y se golea. Te metes con 6 atrás y se pasean contigo. Hoy hay que tener equilibrio integral. Jamás saldrá otro Pelé. Las reglas de juego también han cambiado. Un partido no se divide en 2 parte. Cuando la cadena Al-Jazira hizo decir a Aragonés que España había cambiado en apenas 2 años estaba diciendo que el fútbol cambia todos los días. Por resultados, por plata, por finanzas, por negociados, por espectáculo, por pasiones ¿Sigo? Urbino estaba roncando cuando EE.UU. le empataba a Slovenia.

Con el desastre de Inglaterra frente al modesto Argelia, digo que en el fútbol sí hay lógica. No la del volumen de Maradona, que es chifladura pura o la de algunos advenedizos que hablan gansadas. Así, el Mundo está de duelo, por el pobre mundial y por Saramago que se fue al cielo a pedirle cuentas a Dios

*Escritor y poeta


domingo, 16 de mayo de 2010

LA RED CELEBRA SU CUMPLEAÑOS




EL DÍA QUE SE DERROTÓ AL TIEMPO

La reconversión de los contenidos al mundo digital y el éxito de la Red a la hora de acercar a los usuarios, gracias a herramientas como Facebook o Twitter, marcan la celebración, este lunes, del Día de Internet, esa herramienta adolescente de proyección imparable.



La red de redes llega a su día grande con buena salud, como una adolescente que se encuentra en una fase explosiva de creatividad y no tiene miedo de probar cosas nuevas, aunque finalmente resulten un desastre, explica en una entrevista con Miguel Pérez Subías, presidente de la Asociación de Usuarios de Internet (AUI), el grupo que impulsó el día de la Red.

En su momento, emprendedores pusieron en marcha, un tanto a ciegas, Google, Apple o YouTube -que cumple 5 años-, compañías que hoy gozan de influencia y de una gran popularidad y que capean la crisis con resultados económicos más que favorables. Las redes sociales, que fomentan la comunicación con conocidos, potencian la pertenencia a un grupo y permiten reafirmar la identidad social, son hoy las estrellas de la red. Facebook ya cuenta con más de 400 millones de usuarios y en la red de 'microblogging' Twitter se publica a diario una media de 50 millones de entradas. Ambas son las más potentes, pero existen todo tipo de redes sociales que sirven desde para charlar de cine, hasta para denunciar a tiranos, insultar a enemigos o compartir con un selecto grupo de millonarios el placer del lujo.
La reunión cibernética en torno a intereses comunes también les resulta de gran utilidad a las empresas, que saben hacia dónde tienen que dirigir sus mensajes y reciben una retroalimentación directa de los consumidores.


Lo afín

Según Pérez Subías, la verdadera dimensión de la Red se pone de manifiesto cuando se utiliza en la vida cotidiana para relacionarse con las personas cercanas o afines, no cuando se accede a lo que está lejos.

Y es que el experto de la AUI afirma que la ciudadanía ve en Internet una gran oportunidad que facilita la vida y permite compartir, comentar, participar y acceder de forma inmediata y desde cualquier lugar a contenidos digitales.
La clamorosa inmersión de los ciudadanos en la Red ha puesto en jaque los modelos tradicionales de negocio. A las industrias de contenidos digitales les está costando arrancar y consolidar su desembarco en Internet, que siguen considerando una amenaza.

La música, el cine, la literatura y la televisión se han visto en la tesitura de una forzosa reconversión al mundo digital, inmersos en un "cambio radical de modelo".

Otro modelo

Pérez Subías afirma que el sector no puede seguir viviendo de vender copias físicas porque con Internet su coste tiende a cero: cada 18 meses ese coste se divide entre dos o entre cuatro y el proceso de copiar es sencillo e imposible de controlar.

El tiempo de reacción de estas industrias ha sido lento, y lo sigue siendo, lo que fomenta la propagación de contenidos piratas."Cuanto más tardemos en reaccionar antes, habrá otros que aprovecharán esto como una ventaja", dice Pérez Subías, quien denuncia que se legisle para preservar el mundo analógico cuando la realidad se dirige a uno digital.

El presidente de la AUI considera un error que políticos y empresas planteen la reconversión de los modelos de negocio como un problema, cuando en realidad es una oportunidad: "Se penalizan los usos que se están haciendo de internet en lugar de potenciarlos. Lo que se intenta es frenar su desarrollo porque eso afecta a un sector económico, cuando ese desarrollo es imparable", apunta.

En cualquier caso, tímidamente surgen nuevas iniciativas que contribuyen a esa transición, como el programa de 'streaming' Spotify, que permite oír música de forma gratuita a cambio de escuchar publicidad, o Libranda, una nueva plataforma digital de distribución de literatura que reunirá a los grandes grupos editoriales en español.

Oportunidad para los pequeños

Quienes han tenido claro desde el principio el potencial de Internet como canal de proyección han sido los pequeños creadores, que pueden dar a conocer sus obras de forma sencilla y económica. El boca-oreja está más vivo que nunca gracias a las redes sociales.

Internet es un medio democrático en el que los intentos de censura son inútiles, asegura Pérez Subías, porque avanza tan rápido que los usuarios se las apañan para burlar las dificultades.

Pero la mayor amenaza para la neutralidad de la red procede del poder empresarial: la falta de competencia resulta devastadora para el usuario, que pierde poder y capacidad de decisión.



miércoles, 14 de abril de 2010

ZETA-JONES EN CHICAGO

GALLINA VIEJA DA BUEN CALDO

Catherine Zeta-Jones

LAS CARNES INMORTALES

Catherine Zeta-Jones ha dejado a todos con la boca abierta. Orgullosa de su nueva y esbelta figura, la actriz de La Máscara del Zorro ha apartado su recato habtiual y ha posado, por primera vez, completamente desnuda y más sexy que nunca para una sesión fotográfica muy picante en la revista estadounidense femenina Allure.
La protagonista de Chicago ha sido siempre famosa por sus curvas. Pero ahora luce una figura espléndida después de perder peso durante su durísimo paso por A Little Night Music, un musical de Broadway.
Obviamente, la mujer del actor Michael Douglas está más que orgullosa de su envidiable nuevo look a los 40 años y por eso no ha dudado ni un segundo en mostrarse como Dios la trajo al mundo para la revista. Catherine, que tiene dos hijos junto al actor, aparece muy sensual y sexy en estas fotografías. Podemos ver a la actriz tumbada boca abajo en una cama, mirando fijamente y de forma desafiante a la cámara.


Pasea desnuda por el jardín


"Ahora es cuando los días de baile y haber trabajado en el teatro valen la pena. Cuando haces un cambio rápido de vestuario, te importa una mierda quien te vea", ha declarado la actriz insistiendo en que nada tenía que ver su experiencia profesional con hacer este tipo de desnudos.
De hecho, no es muy habitual ver una escena picante de Catherine Zeta-Jones en la gran pantalla, puesto que sus papeles en Hollywood suelen ser más recatados. Sin embargo, esa imagen nada tiene que ver con ella misma, una mujer acostumbrada a pasear desnuda por el jardín de su casa, según reveló en el programa de David Letterman.


Esa costumbre que desarrolló en su isla privada de las Bermudas ha tenido que cambiarla ahora que se ha mudado junto a su familia a Nueva York, aunque ella misma explica que le encantaría acabar sus días viviendo en un barco en alta mar

miércoles, 10 de marzo de 2010

TU MALA CANALLADA 48




Jarabe de lenguado II


Por Eloy Jáuregui


¿Y quién se expresa mejor, un delincuente, un magistrado o un congresista? Desconozco mayormente, como dicen en la comisaría.


Hoy se escribe como se habla y no como se piensa. Y se piensa con imagines y no con ideas. El otro día, Alonso Cueto reproducía un texto de un joven que respondía una invitación y que había recuperado del Facebook: “Ta q’ no puedo, weon, tengo q’ estar en mi jato pa ayudar a la vieja con unas waas”. Y en el Quirolo, una joven poeta me respondió: “Está pajísima pero muy carioca”. Se refería a los 120 Euros que cuesta la “Nueva gramática de la lengua española” preparada por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. Cierto. Un huevo de plata como diría, Zelada.

Y es verdad que necesitábamos urgente esta nueva gramática. Hoy que nos comprendemos –y queremos—menos. Ya don Luis Jaime Cisneros celebraba su aparición en su columna dominical en este diario: “Y es que, si nos hemos de preocupar de la ‘comunicación’, debemos prestar atención a ese instrumento arquitectónico y a la vez melódico con el que aseguramos la ‘construcción’ de lo que decimos. Eso explicará el campo extraordinario que han adquirido los temas de sintaxis. La construcción es ahora lo importante, porque es la que asegura la verdadera fisonomía de la frase; y al asegurarla, robustece la significación”. Siempre atinado y justo el maestro. Y es que una gramática no es más que eso: fijar y ordenar las expresiones. ¿Y quién se expresa mejor, un delincuente, un magistrado o un congresista? Desconozco mayormente, como dicen en la comisaría.

Dos factores enturbian y ofuscan el habla y la escritura. La anemia de cultura y la sobreabundancia de información en Internet. Paradojas de la Era del Conocimiento. Un parlamentario no usa más de 400 términos de nuestra idioma cuando éste tiene más de 87 mil. Un poco más que un cobrador de combi, con el perdón de éste. Y en las ‘redes sociales’ ya se olvidaron de las vocales. Lo escribo porque soy ‘twittero’ y ‘facebucero’. Aquí detecto el problema que denuncian los autores de “Derribando muros. Periodismo 3.0. Oferta y demanda de comunicación en el Perú de hoy”, Miro Quesada, Biondi y Zapata. Es decir, la imperiosa necesidad de desahuevarnos respecto a los efectos de la tecnología electrónica sobre el cerebro, nuestras formas de interacción, nuestro modo de ser y hacer, nuestras instituciones sociales y valores.

Uno que enseña Expresión Escrita y forma comunicadores en la universidad tiene que bregar con el argot de la red y el achoramiento del que le falta literatura en la sangre. Un alumno respondió que la última novela que había leído era “La ciudad y los perros hambrientos”. Pendejo. Fundió a Vargas Llosa y Ciro Alegría en un solo libro. La culpa no es de él. Es la escuela, el hogar, los noticieros de Canal 4. Yo decía que en el Perú cada vez se escriben más libros de poesía pero olvidé decir que cada día se lee menos buena literatura.

El imaginario de mi país tiene su ecografía en su escritura. Un joven que antes de ir al colegio se queda pegado a las portadas en un quiosco de periódicos ya se enmierdó. Ya no abstrae, conceptúa ni simboliza. Se achora. El júbilo y la sensualidad del ciudadano nace de una poética comunicacional. La ira del mensaje público envilece. Modestamente escribo para querernos más. Pero no puedo con la gramática “Magaly Medina”.

lunes, 15 de febrero de 2010

EL DESEO ERÓTICO COMO SALVACIÓN





Philip Roth vuelve a cumplir la cita anual con sus lectores. Esta vez con La Humillación (Mondadori) donde continúa dando cuenta de las pasiones, incertidumbres, decepciones y temores que cercan a un hombre mayor de 60 años. Sobre todo de las rondas de la muerte. Y, de nuevo, a través de la historia de un derrumbamiento personal que encuentra en el deseo su salvación. El momento de ese resquebrajamiento es lo que hoy adelanta Babelia en exclusiva y que se puede leer en ELPAÍS.com. Una novela que ha suscitado todo tipo de críticas en Estados Unidos. Adelanto de la novela 'La humillación', de Philip Roth

La Humillación, que llegará a las librerías españolas este viernes, es el trigésimo libro de uno de los escritores estadounidenses fundamentales desde la segunda mitad del siglo XX. Esta vez, Roth (Newark, New Jersey, 1933) narra la pérdida de magia que siente Simon Axler, un actor mayor, en el escenario, su descenso anímico y profesional en espiral y su reencuentro con las ganas de vivir que resultan ser un espejismo. El motivo: conoce a una mujer joven y lesbiana que él intenta seducir, sólo que aquello que al principio pudo ser una motivación deriva en...

La sombra de la muerte planea sobre esta historia junto a aspectos vitales como la ilusión, el éxito, la caída, el sexo, el deseo erótico, la reputación y cuanto sentimiento y deseo ha acompañado a Axler, que desde los cuatro años "tuvo la sensación de que se hallaba en una representación teatral". Y ahora en su ocaso logra ver la verdad.

Philip Roth, autor de libros como Indignación, Pastoral americana y El lamento de Portnoy, invita a reflexionar en su nueva novela sobre algunas ideas preconcebidas y echa por tierra algunas sobre el origen de la imagen y el talento, como un pasaje del capítulo que hoy avanza ELPAÍS.com: "En el pasado, durante su actuación no pensaba en nada. Lo que hacía bien lo hacía por instinto. Ahora pensaba en todo, y así mataba cuanto era espontáneo y vital, trataba de controlarlo con el pensamiento, y lo que hacía en cambio era destruirlo".