lunes, 23 de marzo de 2009

EL MUNDO SECRETO DEL PROFETA: JOHN LENNON


Las fotos que nunca vio John Lennon

El diario español EL MUNDO publicar hoy domingo 22 de marzo del 2009 un documento monumental. Cuando se cumplen 40 años del bed-in for peace (en la cama por la paz), la protesta contra la guerra de Vietnam que John Lennon y Yoko Ono protagonizaron en el hotel Hilton de Ámsterdam, el gran periódico ibérico publica la reseña de un libro que recoge fotos inéditas de la maratoniana sesión, cuyos negativos llevaban perdidos desde 1969.


Por Ana Bretón. Fotografías de Nico Koster [*]




La imagen, reproducida hasta adquirir cualidad de icono, forma parte inexcusable de cualquier catálogo de nuestra historia reciente que aspire a ser un poliedro como dios manda. Corría el 25 de marzo de 1969 cuando John Lennon y Yoko Ono se instalaban en la suite 902 del hotel Hilton de Ámsterdam (Holanda) con un solo propósito: consagrar su ya de por sí mediática luna de miel –se habían casado cinco días antes en Gibraltar– a protestar contra la guerra de Vietnam.


Los Beatles aún no se habían disuelto (de hecho, éste sería el año del mítico Abbey Road), pero poco les faltaba. Enamorado hasta el tuétano más hondo y la neurona más remota de la artista japonesa, con quien había alcanzado una sintonía poco común, Lennon comenzaba a soltar amarras. De hecho, poco antes de la boda habían grabado su primer disco juntos, Unfinished Music No.1: Two Virgins, un álbum experimental que generaría gran escándalo por su portada, donde ambos aparecían
desnudos.
Tanto John (29 años en aquel tiempo) como Yoko (36) conocían bien para entonces los rudimentos del marketing mediático, es decir, todo-lo-que-debes-hacer-para-tener-a -la-prensa-a-tus-pies. Así que aprovecharon la marea de su boda para atraer a las ansiosas hordas de periodistas hacia su particular acto promocional antibelicista, su bed-in por la paz, donde la política aparecía embriagada de amor y las consignas –hair peace (pelo paz), bed peace (cama paz), grow your hair! (déjate crecer el pelo), stay in-bed (quédate en cama)– rezumaban pachuli por cada una de sus letras.


Las fotos desaparecidas. La particular fórmula de protesta política (que repetirían posteriormente en Bahamas y Montreal, en Nueva York no pudo ser porque Lennon tenía entonces prohibida su entrada en EEUU debido a una condena por consumo de cannabis) consistía en convocar a la prensa entre 9 de la mañana y 9 de la noche en la habitación de hotel, durante toda una semana. Allí acudían reporteros y fotógrafos a la espera de una performance, un desnudo, de que algo escandaloso, ilegal y/o fotogénico ocurriera. Y no ocurría nada. Bueno, ocurría que John y Yoko permanecían sentados en aquella cama enorme, hablando de la paz mundial, a ratos él tocando la guitarra, y, en general, en una actitud «angélica» (que diría Lennon).


Uno de los fotógrafos que acudieron a la supercita fue Nico Koster, del periódico holandés De Telegraaf. Con el resto de sus colegas, Koster inmortalizó aquel momento angélico en el que John y Yoko, ambos en pijama, tapados con una manta, rodeados de flores y con Ámsterdam abriéndose a su espalda, tras el ventanal, hacen de la no-violencia un espectáculo tan ingenuo como eficaz para su tiempo.


La foto –en realidad, las fotos, porque se hicieron decenas de esta misma pose a lo largo de la semana–, dio la vuelta al mundo y quedó fijada para siempre (al margen de postreras decepciones) como símbolo de una época, una forma de vivir la juventud y una manera de pensar. De las que tiró Nico Koster, en concreto 150 disparos, sólo se llegaron a revelar unas cuantas, las que más se ajustaron al modelo oficial. El resto de los negativos se metieron en un sobre, para que no se estropearan, el sobre fue a parar a un cajón, para mejor conservarlas, y así, pasaron nada menos que 39 años.


Un día de 2008, Nicole, hija de Koster, 39 años, abrió un cajón, sacó de él un sobre y curioseó en él. Se buscaba a sí misma de bebé y encontró al músico y a la artista en el Hilton. Al revelar el material, padre e hija descubrieron que el olvido había preservado un tesoro. Porque, más allá del icono mil veces repetido, en esas fotos aparecen un John Lennon y una Yoko Ono extraordinariamente cotidianos en medio de la excepcionalidad.


Ahí están, recién levantados, el pelo alborotado, con los restos del desayuno sobre la mesa, tazas amontonadas en el suelo, dibujos y cartas esparcidos aquí y allá, botellas de Heineken, su último disco pegado con grandes trozos de celo en la pared, junto a sus caricaturas. Ella le acaricia los pies mientras él habla por teléfono, una Yoko Ono tierna, guapa, en su camisón blanco como de hace un siglo, casi siamesa de un Lennon permanentemente envuelto en su albornoz. Él fuma, una y otra vez (Dunhill), ríe abiertamente desde sus dientes estropeados, se lo cree, se cree.


Estas fotos forman parte de ese trabajo, que Koster ha convertido en una exposición que puede verse en Ámsterdam y en un libro de edición limitada, Room 902. Un disfrute, incluso para detractores.

[*] www.nicokoster-galeriemoderne.com


BITACORA DE LOCOS: ETERNIDA BLANCA VARELA




Nos ha dejado Blanca Varela. La poetisa peruana nacida hace 82 años en Lima, murió este 13 de marzo, consolidada y reconocida como una de las voces poéticas más importantes de la actualidad en América Latina y traducidas al alemán, francés, inglés, italiano, ruso y portugués. Ella fue austera e insólita, profunda. Ella fue una personalidad sencilla pero estruendosa. Su poética es un impacto inusitado a pesar de la austeridad de imagines porque domina un grado profundo del alma. Ninguno de sus poemas [tengo en las manos: “Donde todo termina abre las alas”, su antología más reciente publicada en España. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores], nos deja desentendido y solo queda conmoverse por su ingeniería doméstica donde el dolor y le humor tejen un estado de gracia de donde no se puede regresar. Ahora en la eternidad, la extrañaré porque no puedo ahora alcanzarla (Eloy Jáuregui)



Vagón para pensar en Blanca Varela

Por Armando Alanís Pulido

I. LA POESÍA ES EL LUGAR Y EL CAMINO.
Hay un hermoso lugar común al que irremediablemente todos los que alguna vez hemos presentado un libro o hablado o escrito sobre algún autor no hemos podido escapar y es el que sentencia: el mejor homenaje para un escritor es leer su obra, sin duda este libro es un reconocimiento y por supuesto un homenaje para una escritora que ha palpado con sus letras, la historia dura y difícil de la cultura peruana de los últimos años.





II. DEJAME QUE TE CUENTE… LA REALIDAD.

Blanca Varela. La poesía es un trabajo de todos los días, no la elegimos nos elige, no nos pertenece le pertenecemos, no es otra cosa que la realidad y a la vez la única y legítima puerta de escape, que mejor que con las propias palabras de la poeta peruana Blanca Varela, para empezar a hablar de este libro “Nadie sabe mis cosas” [*] un volumen que reúne reflexiones de treinta y cinco autores en torno a una de las más importantes poetas de Hispanoamérica, por si esto no fuera poco Mariela Dreyfus y Rocío Silva Santiesteban las compiladoras agregan una antología personal de Varela, entrevistas a la autora, un archivo fotográfico, una cronología y una completísima bibliografía que incluye además números especiales en revistas, tesis y enlaces web.

El estudio comienza nada más y nada menos que con las palabras de Octavio Paz que sirvieron como prólogo al primer libro de Varela publicado en 1959 por la universidad veracruzana y termina con un epílogo de Mario Vargas Llosa lo que convierte al libro en una verdadera guía para entender y disfrutar con conocimiento de causa la obra Vareliana, cabe destacar que por completo este trabajo no resultará exhaustivo para quién lo consulte, lo estudie o para quién simplemente acceda a el por el simple placer de la lectura, ¿Por qué señalo esto? porque como dice Heidegger: “la creación no es otra cosa sino la fijación de la verdad mediante la forma” y me encuentro en palabras del crítico peruano José Miguel Oviedo que en Varela hay una negativa radical a aceptar la realidad tal como nos es dada lo que me da pie a definir su poesía como una minuciosa y discreta insurrección cotidiana contra cada pequeño acto que tienda a apagar el fuego de la imaginación, es decir (vuelvo a las palabras de Varela) no evadir la realidad sino explorarla, encontrarle un sentido, convivir con ella, asumirla.


Entonces asumamos el contenido del libro: Octavio Paz define a la muchacha peruana como un poeta surrealista, lo surrealista no como escuela o manera sino como estirpe espiritual y advierte que para algunos poetas la realidad es una búsqueda de sentido y al mismo tiempo una transformación de la actitud del poeta, aclarando que la actitud es interior, José Miguel Oviedo hace algunas precisiones sobre la poesía escrita por mujeres señalando que esta es una fuente de malentendidos y de prejuicios disfrazados de halagos y repasando desde el desafortunado y algunas veces peyorativo adjetivo de “poetisa” hasta la complacencia de los críticos (hombres y mujeres) que aplauden la feminidad y la sensibilidad femenina por encima de la parte permanente de la obra, para llevarnos hasta la herencia dominante desde principios del siglo XX (Agustini, Mistral, Storni, Ibarborou) y aterrizar en un grupo generacional compuesto por la mexicana Rosario Castellanos, la salvadoreña Claribel Alegría, las uruguayas Idea Vilariño e Ida Vitale y la argentina Olga Orozco, en lo personal incluiría en ese grupo a la mexicana Enriqueta Ochoa.

Dos ideas claras más sobre el surrealismo atendidas por Oviedo, la confirmación de algo intuido: si Bretón no hubiese fundado en París el surrealismo este hubiera aparecido de alguna manera en América Latina y otra confirmación esta sobre la realidad ya antes mencionada como la base discursiva de la poesía de Varela: el surrealismo no busca los territorios del sueño para fugarse de la realidad, sino para penetrarla del modo más intenso y radical.

Para enlazar a Varela con esta última confirmación acudo a otro mexicano Adolfo Castañón, cuyo texto ” La piedad incandescente” aparecería en la segunda edición de la poesía reunida titulada “Canto villano” 1949-1994 que publicara el FCE en 1996, Castañón hace una deliciosa disección del universo Vareliano, un universo radical, donde la impercepción, la exactitud otra, nos hace ver el lenguaje del poema y el lenguaje del poeta, en comunión, en un lúdico incendio que reconoce y reconcilia el pacto para convertir lo interior en exterior sin usar el cuchillo.


Por otra parte la francesa Modesta Suárez, define a Varela como una poeta que “ve en pintura” y observa las evocaciones de cuadros en sus poemas que juegan con el arte en un sentido más amplio y la realidad, y aquí por supuesto no podemos dejar de mencionar su relación el pintor también peruano Fernando de Szyszlo lo que la lleva a decir que lo pictórico en Varela está inscrito por caminos autobiográficos (su estadía en París, la relación con Bretón que era además coleccionista de pintura, etc, etc.)
Concha García, aborda la presencia de la muerte con la que Varela parece estar familiarizada: “¿Quieres que te diga una cosa? -le confiesa en entrevista- a la peruana Rosina Valcárcel, aunque te suene escalofriante casi no me sorprendió (se refiere a la muerte de su hijo en un accidente aéreo) porque es algo que yo esperaba, creo que hay que esperar esas cosas terribles: la eternidad es hoy, hoy que estoy viva todo esto no me convence, así es que tengo que estar buscándole sentido a las cosas” la española afirma: Varela escribe para ayudarse a no morir porque la realidad es un lugar incomodo e inabarcable.

La reconocida crítica inglesa Jean Franco asume a Varela como uno de los poetas más implacables porque lleva la gana del alma que es el cuerpo hasta sus últimas consecuencias, la otredad es a su vez la iluminación que reconoce la verdad, la desmitificación al conjurar el lado sucio de la vida, ese que nos lava los ojos y nos clarifica el entendimiento y la posibilidad de reconocernos “porque ácido ribonucleico somos/ pero ácido ribonucleico enamorado siempre”.


Susana Reisz, argentina, aborda a la manera de una composición musical las diversas voces del concierto Valeriano, y nos informa que la autodefinición de Varela : “siento con la imaginación”, sugiere que su poesía es los residuos de un caudal de emotividad, donde no exhibe afectos sino que reflexiona sobre ellos.

La chilena Eliana Ortega, reafirma que a pesar de las dificultades para acceder a la obra de Varela, esta se ha convertido en un nombre inevitable para el canon de la poesía latinoamericana contemporánea y la ubica además como uno de los autores que abordan el mestizaje como un paisaje profundo, semejante a la sangre o a las raíces.
Roberto Paoli, italiano, escribió el prólogo a la primera edición de la poesía reunida de Varela que el FCE publicó en 1986 con el título de “Canto villano” e insiste en el rigor ético de la autora y que la hace conseguir en sus poemas un efecto estético con el mínimo de recursos estéticos, menciona que es precavida contra las trampas del lenguaje, antipoética y antiexperimental Varela reduce la expansión física del discurso verbal, manteniéndose austera y siendo a la vez intensa.






Acabo de mencionar solo a una decena de los especialistas y críticos que han aportado sus interpretaciones y sus lecturas en torno a la obra de Blanca Varela (peruanos, mexicanos italianos, ingleses, chilenos, argentinos) que con opiniones establecen un mundo, nos resta ahora a nosotros seguir fortaleciendo ese dialogo que Varela nos ha propuesto y al que nos ha invitado por medio de su poesía, sin duda “Nadie sabe de mis cosas” reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela, nos muestra las cosas por las que debemos de tomar en cuenta la obra de esta muchacha peruana que intenta domesticar a las sombras y a los fantasmas de sus exploraciones, -que en realidad son las nuestras- de una manera espléndida y singular.






Excelente el trabajo de Dreyfus y Silva Santisteban ya que constituye el principio y al mismo tiempo la culminación del rescate de una de las voces fundamentales de la poesía peruana e hispanoamericana del siglo XX.

(*) Nadie sabe mis cosas
[Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela]
Mariela Dreyfus/ Rocío Silva Santiesteban
Fondo Editorial del congreso del Perú. 576 pp. 2007

lunes, 9 de marzo de 2009

CUADERNOS DE PERIODISMO IV


UNA NOTICIA EN TU LÁPIDA
“La inmortalidad es el arte de morirse a tiempo”.
(Guillermo Thorndike Losada, sobre la muerte de Sofocleto)

Escribe Eloy Jáuregui



Conocí a Guillermo Thorndike en 1980 cuando él ya era esa leyenda u aquel fantasma que recorría las redacciones de los diarios de Lima como un eco estruendoso de magisterio ora ilustre, ora lumpen. No existía titular, texto, apostilla o cierre de edición que no tuviese la firma de su estigma y aquello iluminaba tanto como podría fulminar la aviesa conciencia de los periodistas de cuajo del medio de ese entonces.


Una tarde ya de noche se apareció en la redacción de El diario de Marka preguntando por “el poeta del gol”. Lo acababan de nombrar director del periódico y raudo ingresó para mirarme a los ojos. Yo era el Jefe de Deportes y mi oficina era apenas un escritorio al fondo del garaje de una casa clasemediera bajo una arbolada calle de Jesús María tras el Ministerio de Salud.

Su melena rubia y sus ojos azules parecían las de un fraile de sotana y no las de un zorro que babeaba tinta al mínimo chasquido de una primicia. Me estrujo más que me abrazó como si me conociera de siempre. Me susurró al oído un monosílabo tierno que no ya no recuerdo y quedamos esa noche en irnos a cenar. “Charo, mi mujer, te quiere conocer”, me dijo y se metió en lo suyo: la cocina, allí donde se hace parir los periódicos.

Al principio no nos llevamos bien. Como todo humano talentoso tenía su hemisferio oscuro. Neuróticos les dicen algunos. Pero era más que ese ser que había soñado ser por trozos sanguinolentos: un cadáver descuartizado en la Costanera o de pronto un baby bife junto a un vino mendocino amén de esa eterna carcajada a lo César Calvo. Frente a un espejo seguro no se veía como lo observaba uno. Un maestro sencillo de majestad. De olfato a león hiperactivo domando cuartillas y paquetes de cigarrillos.

Tenía un alma bipolar propia de aquellos personajes que se destruyen construyendo en su espíritu el ángel supremo de la divinidad. Qué otra cosa era ese Guillermo Thorndike, engendro de otro ogro del periodismo quien fue Raúl Villarán, su sombra diabólica redentora, ajena menos al bien que al mal. Sombra con olor a plomo y tinta. Con mambo y rumberas, trago y pichicata, eso sí, bien conversada. Por eso y aquello fue mi hermano mayor como lo es el Chino D0mínguez y otros maromeros de las más intensas ternuras.

Y como el mismo Thorndike escribiese de Luís Felipe Angell “Sofocleto”, ese otro sujeto escapado de la nocturna arcadia mefistofélica del reino de las máquinas Remington: “La inmortalidad es el arte de morirse a tiempo”. Cierto Guillermo, acostumbrados a tus primicias --como Alfonso Grados Bertorini, Raúl Vargas o Chema Salcedo— esta mañana de lunes nos madrugaste con tu propia noticia. Te habías muerto preñado de trabajo y vida henchida de sortilegios e himnos celestiales.

Habías regresado por la noche como Gardel deshojando tangos desde Argentina. Pensantes que a tus 69 años ya estaba bueno de calumnias y solipsismos. Así te calzaste el pijama de la eternidad y soñando con ser al día siguiente Primera plana, te pusiste a soñar con tu país injusto pero posible y cerraste tu última edición matutina. ¡Pobre Charo! ¡Pobre Augusto! ¡Pobre de nosotros que te esfumaste de nuestras agarrotadas manos cual viento noticioso que mañana será leyenda! ¡Cuánta pena, Pollo Gordo!


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Paren las rotativas
Guillermo Thorndike ha muerto

Escribe Eduardo Abusada Franco.
Director Revista: "4 Gatos"


Eduardo Abusada entrevistando a Thorndike en su casa



Conocí a don Guillermo como se conocen muchas de las cosas buenas de la vida, a través de los libros. En Amazonas encontré El Caso Banchero, y lo leí con voracidad. Le presté el libro a mi editor, quien trabajó bajo su dirección, y desde entonces no paramos de hablar del ‘gringo’. Cada anécdota era más alucinada que la anterior. El ‘gordo’ Thorndike se hizo entonces “mi leyenda viva favorita” de la prensa escrita.



Cada periodista y escritor que había vivido en la Edad del Plomo, y con quienes me crucé en sus caminos, tenían siempre algo que contarme de él. Eloy Jáuregui, Ernesto Chávez, Jaime Díaz, Fernán Salazar, Víctor Patiño, Juan Gargurevich, Balo Sánchez León, Domingo Tamariz, Chema Salcero, y tantos otros que aprendieron a redactar en viejas Remington, tan solo alimentaban mi curiosidad.



“Genio, loco, memoria de elefante, violento, vendido, velasquista, aprista, comunista, fujimorista, santo … y genio nuevamente”, eran algunos de las palabras que escuchaba sobre él. Un buen día lo llamé sin más y me dijo ven a visitarme. Ahí, como Moby Dick corporizado, apareció el maestro descendió las escaleras. Paso lento y mente ágil. Debía rondar los 66 años, aunque me parecía de 80. Recordé las palabras del poeta Leoncio Bueno cuando lo describió: “Ese gigante rubio, de ojos azules, cara de niño y patillas de corsario”. Le llevé unos toffees de la Ibérica que el ‘gringo’ desaparecía con paciencia.



Así de simple fue mi encuentro con el genio. Con el tiempo lo leí más, me volví su biógrafo y fui conociendo cada recoveco de su vida. Comprobé que la leyenda en torno él era más que cierta. Aterradoramente cierta. Que se codeaba con presidentes y leyendas del hampa, como su protegido Gavilan Cortés, primera chaveta de Tatán. Que podía trabajar 24 horas sin interrupción y fumar decenas de cigarros al hilo. Que él mismo había armado a sus redactores y defendido La Crónica de los apristas, a balazos, en la huelga policial de 1975.




La madrugada del lunes 8 de marzo Guillermo Thorndike ha muerto, y en las salas de redacción su enorme estampa se ha vuelto a sentir como en tantas otras noches de cierre. Guillermo Thorndike ha muerto, y es otra vez noticia de portada.
Los columnista lo recuerdan, lo alaban, lo admiran. Otros lo atacan, lo odian. “No hay muerto malo”, dicen los irónicos. Dicen que no tenía bandera, que era un sicario escrito. Que era capaz de inventar al Monstruo de los Cerros, como de luchar contra la corrupción de Tantaleán durante el gobierno militar. Que podía aliarse con los Agois para traicionar Banchero Rossi; como podía apoyar la lucha campesina por la Reforma Agraria y llorar por una injusticia. Todos tienen razón. El gringo fue eso y mucho más.




Así fue don Guillermo. A tantos les hizo “la cagada” como dicen en barrio. Tantos se alejaron de su lado, tantos lo odiaron, pero ninguno dejó de admirarlo. Hasta que me tocó entrevistarlo. Hablamos, entre otras cosas, del diario Página Libre, uno de sus más controvertidos trabajos. Y le mandé la pregunta de plano: ¿Qué hacía Alan García festejando en la redacción el día que ganó Fujimori? La noche domingo en que salió la entrevista publicada hablamos por teléfono. Creo que fue la última de unas diez ocasiones en que cruzamos palabras, y de las que nunca recordó mi nombre. “Gracias. Tuviste la decencia de no poner cosas que no vienen al caso”. O algo así me dijo. Pero yo también le quise hacer “la cagada” al maestro. De hecho sí mandé esa parte, pero fue recortada por el editor. Hice lo qué él hubiera hecho, lo que él mismo me enseñó: “Que es a veces admisible el error, pero inaceptable la venta de conciencia”. Tarde o temprano, todo periodista de raza, acaba por decir la verdad.




Don Guillermo Thorndike ha muerto, y con él la Edad del Plomo. Un enorme ataúd guarda los voluminosos restos del guerrero que esperan volver a las cenizas del tiempo. Muchas cosas aún se dirán, pero como mandan los cánones del periodismo: si no hay pruebas, no se puede publicar.




Ese fue el ‘gordo’ para mí: Tan sólo un hombre bueno que hizo algunas cosas malas. Tan sólo un genio.
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SE NOS FUE EL GORDO THORNDIKE


En la madrugada del lunes 9 de marzo murió el escritor y periodista peruano Guillermo Thorndike Losada. El Gordo nació en Lima, en 1940. Periodista, intervino en la fundación del grupo de diarios "Correo" en Tacna, Piura, Huancayo, Arequipa y Lima, y paso a dirigirlo a los 26 años de edad. Fue presidente del directorio "La Crónica" y "Variedades S.A."; director de "La Crónica" y "La Tercera" y fundador del primer periódico en quechua de circulación nacional: "Cronicawan". En 1980 fue jefe de prensa en la campaña política de su amigo Alfonso Barrantes y dirigió "El Diario de Marka".

En 1981 fue director fundador de "La República" y en 1985 de "El Popular". Director fundador de "Página Libre" en 1990. En 1969, con el poeta César Calvo, escribió "La Tierra se hizo nuestra", llevada a escena por Perú Negro, que obtuvo el gran premio Iberoamericano de la Danza y la Canción en Buenos Aires. Ese mismo año publicó "El año de la barbarie", inaugurando en el Perú en género de no ficción. "El caso Banchero" (1973), "Las rayas del tigre" (1973), "No, mi general" (1976), "Abisa a los compañeros, pronto" (1976) y "Los Topos" (1991) son algunos de sus libros más conocidos, que se acercan a treinta títulos, incluida una serie sobre la Guerra del Salitre, a la que suma, ahora, estos cuatro volúmenes sobre la vida de Miguel Grau. En Agosto del 2008 publicó El rey de los tabloides, un homenaje a su maestro y mentor Raúl Villarán Pasquel.


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Entrevista a Guillermo Thorndike (2008)*

El Perú es una comedia



Una entrevista de Jorge Coaguila [*]

Usted ha publicado cuatro libros referidos a la guerra contra Chile (1879-1883): 1879 (1977), El viaje de Prado (1977), Vienen los chilenos (1978) y La batalla de Lima (1979). De la biografía de Miguel Grau, usted ha publicado cuatro de seis volúmenes. Casi tres mil páginas. ¿Por qué se interesa tanto en un periodo trágico de la historia del Perú?


—Casi todos los periodos son trágicos en la historia del Perú. Estoy pensando en El año de la barbarie (1969), la rebelión en Trujillo de 1932; en No, mi general (1976), la caída de Velasco; Maestra vida: novela verdad (1997), la biografía de Horacio Zeballos, el fundador del Sutep. El Perú no es una comedia. ¿Por qué Grau? En 1997 volví a leer con mucho cuidado el primer libro sobre la guerra, 1879, y sentí que el personaje era mucho más grande de lo que se reflejaba allí.
En Los hijos de los libertadores (2006), primer tomo de su biografía, se refiere acerca de la madre de Grau, Luisa Seminario del Castillo. Menciona algo poco conocido: que ella tuvo hijos con diversos padres.


¿Este hecho fue ocultado como algunos creen?

—El padre, Juan Manuel Grau, tuvo 20 hijos en Piura. Tal vez 25. Hay que colocarnos en el contexto. Hacia 1822 pasan por Piura los tres capitanes colombianos con quien tendría hijos la señora Seminario, con muchos soldados rumbo a las guerras que se librarían en el sur. Hay una epidemia de amores desesperados en todo el Perú. Ella se casa con Pío Díaz, con quien tuvo tres hijos, pero este viaja al norte y se desaparece por diez años. Al cabo de tres años, ella se compromete con Juan Manuel Grau, con quien tuvo cuatro hijos. Más adelante tuvo una hija con Carlos Elisalde. Entonces reapareció en Piura el ya teniente coronel Pío Días y la señora Seminario volvió con él, aun tuvieron una hija.







El futuro héroe se vuelve marino a los 7 años de edad. Años después, entre otrostrabajos, transportó culíes. ¿Cómo describe esa experiencia?

—Grau solo hizo un viaje de China a San Francisco, como tripulante de un buque que llevaba culíes. Nunca trajo chinos al Perú. ¿Qué participación tuvo? Es como si me preguntaras qué participación tuvo Grau en el negocio del guano. Entonces había mil buques anuales que llevaban guano a Liverpool y a otros puertos del mundo. Él llevó guano porque era algo común. Por otro lado, estuvo en una aventura para traer canacas, polinesios. Y naufragó. Era algo perfectamente legal, además.




Grau es considerado un demócrata por haber sido diputado por Paita, pero en 1856, cuando era alférez de fragata, se reveló contra un gobierno constitucional, contra el régimen de Ramón Castilla. ¿Cómo explica este hecho?

—Eso sucedió cuando se rechazaba la Constitución liberal, con José Gálvez deportado a Chile y diversos escándalos posteriores a la Consolidación, como el de la manumisión de los esclavos. Vivanco, a quien el alférez Grau apoyó con el teniente segundo Lizardo Montero, era visto como un hombre muy honesto.

¿No hay una contradicción?

—Bueno, pues, lo hizo a los 22 años. Además, no había ninguna democracia en el Perú en ese momento.


Con los periodistas Martín Carranza y Gabriel Rimachi

Incursión en el periodismo

Usted trabajó en La Prensa y Correo. Dirigió luego, durante el régimen del general Juan Velasco, los diarios La Crónica y La Tercera. ¿No tuvo algún conflicto por la expropiación de los medios de comunicación el 26 de julio de 1974?

—Pensé mucho acerca de este hecho, pero creí que podría funcionar. La izquierda estaba a favor de la expropiación. Recuerdo que durante el régimen de Francisco Morales Bermúdez clausuraron, a los pocos números, el periódico obrero El Amauta del Mar, que pertenecía a la Federación de Pescadores del Perú y donde fui asesor. Los policías vigilaron mi casa mientras escribía No, mi general. Una vez salí a comprar pan con mi hijo Augusto y en un quiosco vi que todas las primeras planas de los nuevos semanarios autorizados me atacaban. Un titular del periódico de Sofocleto decía: «Willy, coca, pito». Al lado había un dibujo psicodélico donde yo aparecía flotando en medio de una nube llena de flores hecho por el Flaco Hague, quien había sido mi caricaturista en La Crónica. (Risas). El periodismo no conoce fronteras.

Más tarde escribió con Francisco Lombardi el guion del filme Muerte al amanecer (1977).

—Él hizo el guion técnico y yo, el guion literario. Se basa en un texto que publiqué en el suplemento «Estampa», de Expreso, en 1973. Se inspira en una experiencia personal. Mi padre era ministro de Justicia de Manuel Prado Ugarteche y firmó la orden de ejecución de Jorge Villanueva Torres. Entonces yo iba a practicar esgrima militar con el director de la Penitenciaría, el comandante Salvador Mariátegui, campeón de esta disciplina durante muchos años. Recuerdo que me afeitaba Mamoru Shimizu, natural de Hiroshima, a quien acusaron de matar a los siete miembros de su familia. En esas circunstancias conocí a Villanueva Torres, a quien decían El Monstruo de Armendáriz. Conversé mucho con él, lo vi cultivar legumbres en un pedacito de su celda aislada, y llegué a la convicción de que este hombre era inocente. Se lo dije a mi padre, pero solo el presidente podía dar el perdón. Vi la ejecución, que ocurrió el 12 de diciembre de 1957. Lo que pasó es lo que está en la película de Lombardi.




En 1979 fue jefe de prensa en la campaña política de su amigo Alfonso Barrantes y luego dirigió El Diario de Marka. ¿Por qué la izquierda de entonces no llegó al poder?

-Recuerdo que estaba en la casa del Chino Domínguez cuando llegó Alfonso Barrantes. Se quejó de que nadie lo apoyaba. «Incluso El Diario de Marka», dijo. Le sugerí que yo podía hablar con Jorge Flores Lamas, director del diario, si me autorizaba. Ahí mismo me designó como jefe de prensa. En El Diario de Marka me dijeron que cerraban muy temprano. Los mítines de la izquierda eran los que más tarde empezaban y tenían una salchicha de oradores. En una reunión con los partidos de izquierda les pedí hacer los mítines mucho más temprano. Dijeron que no se podía. Jorge del Prado me apoyó. Hicimos la prueba con un mitin en la plaza 2 de Mayo. Era primera vez que un mitin de la izquierda empezaba a las cinco de la tarde. El Chino trepó a una escalera y empezó a tomar fotos. Simulábamos estar en un discurso. Barrantes se paraba frente al micrófono, gesticulaba, y el público agitaba sus pancartas. Ya él previamente nos había dicho lo que iba a decir. Con eso hacíamos la crónica. A las siete llegábamos con las fotos mojadas. Luego asumí la dirección, con la condición de que Jorge Flores Lamas fuera el director general.

En 1981 fue director fundador de La República y en 1985 de El Popular. ¿Qué recuerda de esa experiencia? ¿Por qué abandonó esos proyectos?




—Coincidí con Gustavo Mohme, quien era indeclinablemente socialista, pese a su extracción empresarial. Al mes de salir el periódico teníamos tal fracaso que los accionistas querían cerrarlo. Entonces salíamos a las 4 de la tarde. Pedí permiso para pasar a la mañana. Pero no querían. Empecé a «equivocarme». Salimos a las 11 de la mañana. Después vino la bendición: el mundial de España. Tuvimos que salir a las 7 de la mañana. Los canillas se iban a ver los partidos de fútbol a las 10. Tratar el caso del Loco Vicharra, que era una especie de Robin Hood limeño, favoreció también las ventas. Por otro lado, el editor de Espectáculos, Manolo Salerno, hizo unos casetes de propaganda con el contenido del diario y los difundió en una quincena de radios que transmitían en la madrugada. Desde las 4 de la mañana la gente era bombardeada con las noticias que se publicarían en La República. La circulación empezó a subir asombrosamente. Teníamos 15 mil en enero y a fines de marzo alcanzamos 180 mil ejemplares. Ningún periódico en el mundo ha tenido un despegue como el de La República. Llegó a vender 250 mil ejemplares con la historia de Uchuraccay. El Popular salió vendiendo más de 100 mil ejemplares. Ambos diarios sumaban el 37% del mercado de lectores de periódicos del país. ¿Por qué me fui? Alan García era presidente y era muy amigo mío. Creo que fue para mejor.

En 1990 dirige el diario Página Libre, que levantó la figura del hasta entonces desconocido Alberto Fujimori...

—Nuestro primer titular fue: «Se cae el Fredemo». Le volteamos la escalerita. Todo el Fredemo pensó que éramos una especie de psicosocial. En Página Libre participó una generación brillante, como Enrique Sánchez Hernani, Jorge Pimentel, Enrique Verástegui, Jorge Frisancho, Tulio Mora, Carlos Sotomayor, Mañuco Scorza, Sergio Oquendo, uf...

Beto Ortiz...
Beto Ortiz era el más inconforme porque no le publiqué un reportaje que consideré no tenía suficiente fundamento en sus fuentes. Lo cierto es que yo hacía el periódico como a mí me parecía. La aventura del Fredemo me resultaba impropia para el momento que vivía el país. La gente iba a sus reuniones como a un evento social. Se vestía como si fuesen a una boda. Ocupaba zonas privilegiadas. ¿Dónde estaba el pueblo?



¿Por eso apoyó a Fujimori?

—Cuando apareció el nombre de Fujimori en el diario yo estaba internado en una clínica, casi muerto por el primer caso de cólera morbo que se registró en el país por ese tiempo. Ocurrió a los dos o tres días de haber salido el primer número. Recuerdo haber abierto los ojos y ver a mi costado a Iván García Mayer, que era el subdirector y había tomado las riendas del diario. Él me dijo: «Fujimori ha subido dos puntos en las encuestas». Eso significaba que había pasado de uno a tres. ¿Era noticia o no? Claro que sí. El Fredemo había caído dos. «¿Va en primera plana?», me preguntó. Yo le asentí con la cabeza. Y volví a quedar inconsciente. Acá no hubo ninguna confabulación para traerse abajo la candidatura de Vargas Llosa, como lo han pintado. Un periódico de 39 mil ejemplares no puede tumbarse una candidatura. Además, no circulaba en provincias. La candidatura de Vargas Llosa se caía sola. Además, cada vez que no poníamos el nombre de Fujimori en las primeras planas, el periódico bajaba 5 mil ejemplares o más en sus ventas.

¿Qué opina de los duros comentarios de Mario Vargas Llosa en sus memorias, El pez en el agua (1993)?
—No opino.

En 1990, dirigió la revista Ayllu y, al año siguiente, publicó Los topos, que narra la huida de 48 integrantes del MRTA de la prisión de Canto Grande, entre ellos el líder Víctor Polay. ¿Qué recuerda acerca de esto?

—Recuerdo mi entrevista en la clandestinidad con Víctor Polay. Pasé seis días encerrado en una habitación que no tenía ventanas con Hugo Avellaneda, dirigente del MRTA encargado de vigilarme. La puerta se abría desde afuera y la cuidaba un encapuchado. Nunca supe dónde estuve, me llevaron después de un viaje de tres horas, como si me hubieran secuestrado, con los ojos vendados y en diferentes vehículos.

Ahí le contaron lo de la fuga.

-Me pusieron frente a un alto de casetes, una radiograbadora, papel y lápiz. Me dijeron: «Puedes transcribir». Eran 45 horas de grabación. Hasta que no terminé de transcribir no se consideró que mi trabajo había terminado. La historia de la fuga estaba contada por los protagonistas a unos periodistas extranjeros. La persona con la que yo estaba, Avellaneda, único de la dirección del MRTA que queda libre en el mundo, además un hombre muy inteligente, me ampliaba los datos. Nos fuimos haciendo muy amigos. En estos casetes estaba relatada la fuga, la preparación y todo. No supe que fue dirigida por Néstor Cerpa Cartolini, porque ellos usaban nombres de combate. Y no lo supe hasta mucho después, hasta la toma de la residencia del embajador japonés.

Las letrinas de Fujimori

¿Qué diría de su pasó por La Nación y La Razón, diarios vinculados al hoy ex presidente Fujimori, los cuales dirigió?

—Hay épocas en los que uno tiene que trabajar limpiando baños, letrinas, para tener horas y dedicarlas a la escritura de sus libros. Eso de que qué vida tan dura tuvo Kafka... Carajo, qué vida tan dura tenemos todos los que estamos escribiendo en el mundo.

También tuvo...

—No tanto La Razón, que no fue un trabajo agradable, pero que no fue comparable con La Nación... Trabajé en La Nación tres meses, pero usaron mi nombre durante cinco años, hasta que casi tuve que amenazar de muerte a Ramírez Erazo para que retirara mi nombre de su periódico. Fue un diario que extorsionaba. Cuántos pensarán que soy un extorsionador, un miserable. No había manera. A ver, métele un juicio a Ramírez Erazo.




Su cercanía al APRA se evidencia con la amistad que tuvo con Haya de la Torre, el fundador de este partido. Además con los libros El año de la barbarie, que refiere la rebelión contra el régimen de Luis Sánchez Cerro en 1932, en la cual murieron, según su libro, cinco mil apristas...

—Mi libro se refiere a 600 confirmados. Hay cinco mil apristas desaparecidos cuyos nombres están escritos en un monumento en Trujillo. Cien fueron fusilados en Chan Chan. Pero a cuarenta ya los habían ejecutado desde el 11 o 12 de julio, cuando empezó el paredón en Mansiche, así que, para completar cien cadáveres, metieron en el grupo a 40 que no tenían nada que ver.

También publicó La revolución imposible (1988), que trata acerca de los problemas del primer régimen de Alan García; La gran persecución (2004), coescrito con Armando Villanueva, que se centra en el régimen de Manuel A. Odría (1948-1956). ¿Cómo describe su relación con el actual partido de gobierno?
—Hasta hace poco pensaba que yo me había acercado a Haya de la Torre. Y fue al revés: él hacía que me acercase a él. Haya se preguntaba: «¿Quién puede contar nuestra historia?». Tenía que ser alguien que no fuera del partido. De todos, se fijó en mí. Unos amigos suyos me lo presentaron en Trujillo. Tuvimos una amistad muy especial, una relación entre alguien que escribe y un biografiado inteligente. Siempre era el maestro, pero teníamos una cierta horizontalidad imposible en el caso de mucha otra gente que tenía una relación partidaria con Haya.

¿Sigue siendo amigo de Alan García?

—Antes de que llegara a la Presidencia por segunda vez, lo visité varias veces y nos hablábamos por teléfono. Después intenté felicitarlo, pero estaba demasiado ocupado. No nos hemos vuelto a ver.

Esta entrevista se publicó con el título de «El Perú es una comedia». (Entrevista a Guillermo Thorndike). Diario La Primera, suplemento «Semana». Lima, 22 de junio de 2008. Págs. 4-6.


Composición tomada de la web de RPP. 1. Con el poeta César Calvo. 2 Con Charito, nacimiento de Augusto. 3. Con poeta Leoncio Bueno. 4. Con Manuel Scorza.


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Guillermo Thorndike:

“Esa ha sido mi vida:
he tenido malos y buenos momentos”


Tiene críticos en cantidades monstruosas, pero pocos niegan sus virtudes con la pluma y su intuición para vender periódicos. Conversamos con Guillermo Thorndike acerca de El rey de los tabloides, libro en el que retrata a Raúl Villarán, director del célebre Última Hora.

Autor: José Gabriel Chueca
(Publicado en Perú 21/ Sáb. 08 nov '08)



"Villarán era una leyenda. La primera vez que lo vi fue en un funeral, vestido de gris con sus mocasines italianos –tenía juanetes, y lo peor que uno podía hacer era pisarlo–. Era apuesto y desafiante. Recuerdo una noche en que vino Oriana Fallaci. Banchero organizó una cena en la que hubo varios periodistas, y Villarán le dijo: 'Usted esconde algo que le duele mucho y cree que nosotros no somos capaces de verlo. ¿Por qué es tan soberbia?’. Ella contestó: '¿Cree que soy infeliz? Tengo todo en la vida’. 'No, usted no puede ser madre’, le dijo. Ella tenía una hija, pero adoptada, y se puso a llorar. Y contó la historia de la niña. Acabo de recordar ese episodio”, cuenta Guillermo Thorndike. Le preguntamos por Raúl Villarán, director de Última Hora.

Última Hora popularizó el uso de la replana, de la jerga. He oído de un titular “Chinos como cancha…”.
Eso fue cuando se produjo la invasión de Corea del Sur, cruzando el paralelo 38. Ahí salió “Chinos como cancha en el paralelo 38”. Era como anunciar la Tercera Guerra Mundial. Se hablaba de tirarles bombas atómicas a Corea del Norte y a China. En general, Villarán tenía una visión muy precisa del rumbo de la opinión pública. Pero no todos los titulares eran en lenguaje popular. Una vez tituló, en el 62, sobre las elecciones “Solo Dios lo sabe”, con triple empate.

¿Cuándo usaba jerga?
Solo cuando convenía. Hay sorpresas en Última Hora. Cuando murió André Gide, el Nobel de Literatura, la noticia se dio en primera página, como segunda noticia. Y en la página tres había un artículo enorme: “Gide ha muerto, viva Gide”, firmado por Jean Cocteau. Y Juan Gonzalo Rose escribía una columna.






Estaban en todas.
Cuando salió el mambo, en México un obispo excomulgó a quienes lo bailaran; en el Perú pasó igual. Y Villarán lanzó un concurso nacional de mambo. Incluso enseñaba todos los días un paso nuevo en una página. Todo el mundo quería bailar. Era brillante.

Todos los periodistas de esa época se conocían, ¿no?
Cuando llegué al periodismo, me di cuenta de que había una especie de comunidad. Es que uno vivía 24 horas antes que los demás; entonces, era difícil relacionarse con esa sarta de atrasados. Los periódicos eran lugares de reunión, casi como peñas. Y, cuando había una noticia importante, el que tenía mejor caligrafía la escribía en un pizarrón que se descolgaba por la ventana. La gente iba al periódico para enterarse y conversar. Y si el periódico estaba amenazado, también expresaban su solidaridad.

¿Los periodistas de antes eran terriblemente 'juergueros’?
Seamos sinceros: ¿eso ha cambiado? El límite humano es el mismo: tres pisco sour catedral. No entra más. Normalmente salíamos 11 o 12 de la noche. A esa hora, decía Villarán, ¿a dónde podemos ir? ¿A tomar té con las niñas bien? No, hay que ir a tomar un trago con las niñas mal. Eran las únicas despiertas.






En el gobierno de Velasco lo llamaron para dirigir La Crónica. ¿Cómo así?
Uno de sus generales me invitó a dirigirla. Yo pensé algo que no sé si la gente entenderá todavía. Primero: si no era yo, ese diario iba a ser entregado a un grupo peligroso. En ese momento no era posible correrse de todo. Había que participar para imponer reglas que, pienso, al final de ese año en que fui director, se mantuvieron.

¿Por ejemplo?
No se calló la historia del 5 de febrero. Hubo estado de sitio, hubo encerrados, deportados y muertos –el Gobierno aceptó 111 muertos, pero creo que fueron mil; yo vi carros parar en la asistencia pública y dejar heridos en la entrada–. Otros tuvieron que caminar por encima de gente que caía muerta en el Jirón de la Unión, a las 9 de la mañana. Recuerdo que con el directorio compramos armas para varios trabajadores del periódico.

Muchos reconocen su talento, pero critican sus cambios de posición política.
No he tenido una existencia política. Nunca he pertenecido a un partido ni he tenido actuación ni cargo político alguno. Que el periodismo tenga consecuencias políticas según los momentos es otra cosa. He tenido, algunas veces, que limpiar las letrinas del periodismo.

Se critica duramente su paso por Frecuencia Latina, a fines de los 90.
Estuve en el Canal 2 porque necesitaba trabajar. Nada más. Además, a los dos meses me dejaron sin hacer nada. Esa historia nadie la conoce. Y vivía permanentemente perseguido por Vladimiro. Esa historia la gente tampoco la conoce. Al final me llamaron porque se les caían los noticieros. Yo no tenía idea de que esta gente se reunía con Montesinos a planear las cosas. Y, pregunto, ¿por qué no es motivo de crítica para otros haber trabajado en el Canal 4 o en el 5, si era lo mismo?

Si se presentara la oportunidad de vivir esos años otra vez, ¿haría lo que hizo de nuevo?
No lo sé. Cuando a uno lo asaltan las necesidades, puede sufrir un aturdimiento. Pero, me pregunto, en el año 95, ¿quién se opuso a Fujimori? Ese año, toda la oposición estuvo en el Canal 11, en los programas que yo dirigía. Después, por dos años, no conseguí trabajo ni buscando con lupa. Nadie vino a darme las gracias por eso, excepto el tío de Vladimiro Montesinos, don Alfonso Montesinos, que vino desde Arequipa, antes de morir, a pedirme que luchara contra ese monstruo, me dijo, que era su sobrino. Me impresionó mucho porque ese día ya había aceptado el trabajo en el Canal 2 y me sentí mal… (pausa). Todo esto es muy relativo. Esa ha sido mi vida: he tenido momentos malos y buenos. Me ha costado Dios y su ayuda rehacer mi existencia.

¿Por qué se animó a escribir sobre Villarán?
Lo elegí porque es uno de mis personajes predilectos. También he estado trabajando diez años en la biografía de Grau. Ha sido largo y difícil, nadie me ha apoyado, pero ha valido la pena y ha servido para mi propia reconstrucción. Yo no estoy seguro de no haber errado en estos últimos veinte o treinta años de mi vida. En algunos momentos ha habido tanta gente en contra mía –casi unanimidad–, que me he asustado. Pero sí estoy seguro de que no soy un hijo de puta.