martes, 25 de septiembre de 2007

SESOS MALSANOS: PAUL AUTER, EL DEDO W



EL COITO ESCRIBAL

"Pienso que el arte es como el sexo, si no te relajás no disfrutás"
Además de ser el presidente del jurado del Festival de San Sebastián, Auster exhibió "La vida interior de Martin Frost", su cuarto film como director. El norteamericano confesó que no usa computadoras para escribir y que su próxima novela ya está lista
.


Paul Auster ha dicho: "Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?

En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. Piénsese en el esfuerzo que supone, en las largas horas de práctica y disciplina que se necesitan para ser un consumado pianista o bailarín. Todo ese trabajo y sufrimiento, los sacrificios realizados para lograr algo que es total y absolutamente… inútil.



La narrativa, sin embargo, se halla en una esfera un tanto diferente de las demás artes. Su medio es el lenguaje, y el lenguaje es algo que compartimos con los demás, común a todos nosotros. En cuanto aprendemos a hablar, empezamos a sentir avidez por los relatos. Los que seamos capaces de rememorar nuestra infancia recordaremos el ansia con que saboreábamos el cuento que nos contaban en la cama, el momento en que nuestro padre, o nuestra madre, se sentaba en la penumbra junto a nosotros con un libro y nos leía un cuento de hadas. Los que somos padres no tendremos dificultad en evocar la embelesada atención en los ojos de nuestros hijos cuando les leíamos un cuento. ¿A qué se debe ese ferviente deseo de escuchar?

Los cuentos de hadas suelen ser crueles y violentos, describen decapitaciones, canibalismo, transformaciones grotescas y encantamientos maléficos. Cualquiera pensaría que esos elementos llenarían de espanto a un crío; pero lo que el niño experimenta a través de esos cuentos es precisamente un encuentro fortuito con sus propios miedos y angustias interiores, en un entorno en el que está perfectamente a salvo y protegido. Tal es la magia de los relatos: pueden transportarnos a las profundidades del infierno, pero en realidad son inofensivos".
Y ahora Auster se pasea por las calles de San Sebastián como uno más. Quizá recuerda aquel viaje que, como turista, hizo cuando tenía 18 años y todavía no había comenzado a estudiar en la universidad. Cerca del hotel María Cristina, donde se alojan los invitados, Auster anda con su camisa gris, sus lentes oscuros y su pantalón claro. Se mueve solo, acompañado. Parece darle igual.

El escritor estadounidense ("La noche del oráculo", "Leviatán") es presidente del jurado del Festival, y también director de "La vida interior de Martin Frost", su última película, que participa de la Sección Oficial pero está fuera de concurso. Tiene mucho que hacer Auster en Donostia: reuniones con el jurado, encuentros protocolares y notas con la prensa, además de la obligación de ver las películas en competencia. Y el hecho de haber traído su propio film, le suma una ocupación adicional, la de defenderlo.


"Puedo hacer todo, no es imposible. Y por si fuera poco tampoco me pierdo los platos más deliciosos que he disfrutado jamás. Esas comidas las he probado aquí", dice."La vida interior..." es la cuarta película que tiene a Auster detrás de la cámara. Las anteriores fueron "Smoke", "Blue in the Face" y "Lulu on the Bridge". "Ha sido una de las experiencias más grandes de mi vida hacer esta película". El film quizá sea el que más tiene que ver con Auster como escritor. Narra la historia de Martin Frost (David Thewlis), un autor que, luego de publicar su última novela, necesita descansar. Entonces se instala en la casa de unos amigos. De repente, siente que encuentra la idea para un nuevo relato, y empieza a volcarlo en el papel. De la nada aparece Claire (Irene Jacob), que dice ser la sobrina de los dueños de casa, y funciona como musa inspiradora de Martin."Quería contar la historia de un hombre que crea un relato, mostrar cómo piensa un escritor.



Es una película que habla de la imaginación y del proceso creativo, y de cómo el escritor vive dentro de lo que está creando. Hay una parte real y otra que es la historia, y se crea una ambigüedad bastante grande". Claire, el personaje de Jacob inspira a Martin Frost. Pero su existencia se extingue a medida que el escritor avanza hacia el final.

Existen las musas y es cierto que el amor inspira a los artistas. Yo no sé si habría hecho todo mi trabajo si no hubiera estado con Siri (Hustvedt, también novelista). Es mi amor, mi compañera, la persona con la que comparto todo", asegura el escritor, que en la película también dirige a su hija Sophie (ya había aparecido en "Lulu on the Bridge"). "Es nuestra pequeña joya, ya veremos hacia dónde va su carrera", afirma como padre.




¿Influyó su pasión por el cine en su trabajo como escritor?

Siempre amé el cine, pero no creo que esto haya pasado. ¿Cuáles son las diferencias entre filmar y escribir?Cuando escribís pasás la mayor parte de tu vida encerrado en una habitación. Para hacer cine hay que salir de esa habitación y trabajar en equipo. El escritor está sentado siempre, mientras que el director trabaja de pie. El cine me da la posibilidad de buscar esa otra parte de mí.

¿Dirigiría una gran producción?
No creo que me llamen de un estudio. Además, a mí me gusta trabajar así, me da libertad. Yo no soy un director de tiempo completo, no es mi ocupación principal. Entonces, si lo hago, que sea así, como yo quiero.

¿La crítica lo trata mejor con la literatura que con el cine?
Hay de todo. Los que tienen espíritu negativo cuentan con mucha más facilidad para destruir. Creo que el arte es como el sexo, si no te relajás, no disfrutás. Esto sirve para algunos críticos, gente enojada que usa su poder para destruir.Auster, que no usa computadora ("Escribo a mano y luego lo paso en la máquina de escribir"), dice que no tiene planes para una próxima película y adelanta: "Acabo de terminar una novela y estoy por comenzar con otra, así que pasaré otra vez mucho tiempo encerrado solo, en mi habitación".






miércoles, 19 de septiembre de 2007

EXPEDIENTES ULTRAMARINOS: DE LOS BRUJEROS


La laguna en llamas

Visita a la Laguna Negra en los páramos de Las Huaringas. Una experiencia con los sicotrópicos de la mano del maestro Juan Manuel Meléndez, hechicero mayor. Desdoblamiento corpóreo y duplicidad existencial. Cómo se mira para adentro. Visita al infierno terrenal. Fuga al décimo circulo del cielo. La resaca.


Una Crónica de ELOY JÁUREGUI


Me miró. Nos miramos. El hombre tenía la gelidez maléfica de la hondura de los que miran inexorablemente para adentro. Me observó otra vez desde las tinieblas del recinto. Yo ya no quise mirarlo, lo juro. Luego me apuntó con su dedo de uña bermeja cual venablo del averno y sentenció: “Así que sigues con al negra y con la rubia”. No dijo más. Yo sentí aquello que parecía un halago y playboy más activo que nativo y que luego supe era mi dramática sentencia. Afuera, la noche congelada lucía más negra que las fauces de un otorongo.



El hombre medía una altura son talla y lucía un inmenso sombrero rodeado de una cinta con monedas de plata. El poncho que le cubría hasta las botas mostraba un bordado de pieles y plumas de extrañas especies perniciosas y sus dientes ocres dejaban escapar el tufo rancio a los viejos arcanos inmortales del otro lado de la existencia. Cierto, por sus ojos el hombre no parecía de este mundo; sin embargo, era conocido en toda la comarca como Juan Manuel Meléndez, aunque los lugareños y aquellos a quienes les había salvado la vida con su cura conspicua le decían, con reverencia prensil y un eterno agradecimiento yendo y viniendo por todo su espíritu, El Maestro.


¿Vacaciones? El oficio, aquel del eréctil periodista, me llevó esa vez desde las norteñas playas de Colán –unas vacaciones expropiadas a un colega víctima de una tempestad de ron- hasta las alturas del departamento de Piura. Yacido sobre la arena con el sol clavado en el pipute, de pronto el bendito celular y la voz del jefe. Que debía aprovechar la estadía en el sólido norte, que en las lagunas de Las Huaringas un chamán había patentado una cura contra el cáncer de la infidelidad y la comezón del sétimo año y que ya me enviaban al camarógrafo, y que me esperaban en Lima en cuatro días con un reportaje de mi firma, es decir, trabajado con los pantalones en la mano.



Desde Piura y hasta Huancabamba, la capital de la provincia que limita con el Ecuador y donde se ubican las Lagunas Negras, una sola línea de buses –propiedad del ex congresista y peor compositor Miguel Ciccia- realizaba el viaje cada 24 horas. El ómnibus que nos tocó lucía emperifollado con ekekos, amuletos, estampitas y cuanta frase hablaba con detalle del más allá. El mismo conductor era un tipo extrañísimo de bividí tostado en aguafuertes de pusangas y que cada cierto trecho entonaba un lamento a vidente alunado. Extraño, la travesía a Huancabamba dura exactamente 13 horas y existe una sola parada en el pueblo de Canchaque. Allí cenamos entre lamparines, sombras chinescas y aromas a gallinas recién sacrificadas a la espera de la ceremonia del amarre eterno.

Luego, la carretera se estriñe en la noche y contra la montaña, las visiones se ocultan tras la vegetación y sus trampas y se llega a las cumbres de la cordillera de Chimbe. Ahora cruzamos por los páramos del gran maestro Florentino García y de su primo, es espiritista Abraham García, experto en las artes de adivinar las enfermedades escritas en las entrañas del cuy. Hay un estremecimiento en aquellos que se persignan, los que saben que estamos ingresando al lugar sin límites, los que viajan a curarse de hinojos, los que llegan a encontrar la salvación. De pronto, la madrugada y la bajada por el camino sinuoso a Huancabamba a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar, el pueblo grande, de gente que observa el cielo y solloza, de aquellos que sólo aguarda la paciencia de Dios.



Mauriola, un periodista de Huancabamba, nos sirve de guía. El hombre trabaja en la radio y se conoce el valle que sube creciendo hacia el infinito y donde a las laderas se ubican las fincas de los curanderos. Más arriba y cerca de los 4 mil metros sobre el nivel del mar esta la laguna de Las Huaringas. Pero, ojo: ésa es la más serena. A ocho horas a lomo de mula se encuentra la gran Laguna Negra, temible, casi imposible de visitar para los que no reciben una preparación previa. Cierto, en una quebrada paralela se encuentra Sondorillo, aquí es donde viven los “maleros”.

Los lugareños aseguran que se llama chamán a esos que llegan al grado superior del curanderismo. Es decir, que manejan la “vara sonajera”, una especie de maraca que durante sus ritos raramente sueltan. Luego viene el curandero, después el espiritista y a éste le sigue el yerbero y finalmente el vidente.
En la zona norte peruana se reconoce como chamán al especialista mágico religioso, digamos, casi un médico que cura toda clase de males, que es también sacerdote, un místico, un inspirador y hasta poeta. Como asegura el antropólogo José Carlos Vilcapoma, el chamán posee un arte particular. Para practicarlo acude a la danza, al canto y la música. De esta manera entabla relación con los muertos, “demonios” o “espíritus de la naturaleza”, realiza viajes cósmicos convertidos en sierpe, puede bajar a la profundidad de la oscuridad para desentrañar el mal o hacer pacto con los dioses.



Y como en la zona de Alto Moche, en Trujillo, goza de fama José Wilmer Monja, un chamán que se hacía pasar por ganadero, y en Túcume, el mítico Santos Vera tenía propiedades de verdadero Dios, así, en la quebrada de Las Huaringas se disputaban el título del chamán del siglo don Pancho Guarnizo –viejo sabio de 15 mujeres y 18 novias- y el arriba mencionado don Juan Manuel Meléndez. Fue este último el que nos recibió en su casa de las faldas de la quebrada aquel jueves pasadas las nueve de la noche. Algunas velas indicaban dónde se iba a instalar la “mesa”: un manto donde ubican espadas, cráneos, animales disecados, cuernos, piedras y otros objetos que llaman “artes”. Es una suerte de quirófano donde trabaja El Maestro. Cerca de cincuenta personas se ubicaban alrededor de la “mesa”, todos pacientes atrapados en la fe ciega, todos a la espera de que el chamán los “limpie” de todo mal.

Yo insistí en hacerle la entrevista antes que apague las velas e inicie la “limpia”, y Meléndez se negó. Volví a insistir y El Maestro, otra vez, me pegó con otra sentencia: “Las sombras hablan sólo mientras callo”; no dijo más. Luego inició su sesión. Sus cantos se escuchaban hasta el galpón donde nos mandó a meditar mientras él entraba en trance. Tres horas después, su sombra apareció con una caja plateada debajo de su poncho. Me llamó por mi nombre son que yo le haya dicho cómo me llamaba. Era una botella de Chivas Regal. “Es bueno para el frío”, me dijo e insistió: “Tómatela sin recato, que la vas a necesitar para más tarde”. Cuando en la madrugada partimos en sendas mulas hacia las lagunas, me contó de sus cosas, de que su sesión chamánica era una lucha a muerte contra las fuerzas del mal, que era cierto, que limpiaba el sarro espiritual y el óxido del alma.



Ya en la laguna nos mandó a quitar la ropa con un frío de 5 grados bajo cero y nos ordenó que nos sumergiéramos en las aguas. A mí se me había adormecido todo aquello que antes lo tenía caliente. Luego me pasó sus espadas en cruz, me rezó algo así como: “Vamos levantando/ por ahí vienen floreciendo/ en sus hierbas y en sus flores/ te levanto caballero/ de la noche a la mañana...” Aquella vez, el cielo encapotado de la laguna se oscureció al mediodía y Juan Manuel Meléndez nos apuró a volver: “A esta hora llegan los gentiles”, dijo, y apresurados tuvimos que montar y regresar a la carrera. Ya en su casa le pregunté por aquello de la “negra y la rubia” del principio. “Tienes que dejar a una: la negra es tu mujer, la rubia, la cerveza”. Pasaron unos meses y yo no le hice caso. Un tiempo después me divorcié.