viernes, 26 de octubre de 2007

EL INTERMINABLE SUPLICIO DE SEGUIR ESCRIBIENDO



LA AMISTAD, LA TRAICIÓN Y LA ENVIDIA


La amistad traicionada y el proceso de autodestrucción personal a que puede llevar es el eje central de “Las obras infames de Pancho Marambio”, la última novela de Alfredo Bryce Echenique. "Uno conoce muchos casos a lo largo de su vida, pero no aprende", dice Bryce Echenique y sigue: "basta con una mala jugada de un amigo para descubrir la fragilidad de la naturaleza humana", y cuenta cómo de una vida exitosa y con un futuro prometedor por delante se puede pasar, en cuestión de horas, "al infierno".

“Las obras infames de Pancho Marambio” es una divertida y turbadora historia sobre el destino, cuyo protagonista es Bienvenido Salvador Buenaventura, un abogado peruano de prestigio que ha logrado, a sus 50 años, eludir la maldición que ha pesado sobre su familia, el alcoholismo, y cuyo destino cambia al trasladar su residencia a Barcelona e iniciar unas obras en una vivienda.



La traición de un amigo, Pancho Marambio, un personaje mentiroso y siniestro que se ofrece para hacer la reforma de su nueva casa, y que traiciona su confianza al convertir el piso en un campo de batalla con los consiguientes perjuicios para los vecinos, trunca el destino de Bienvenido y le hace caer en la maldición de su familia, el alcoholismo.
Según Echenique, "todos tenemos un destino, pero nadie lo conoce, y cuando se cumple estás muerto", y asegura que este libro, "que, como todos, surge de un hecho real", es un homenaje a amigos suyos "que están casi retratados".

El escritor señala que él siempre sufría mucho en Perú cuando sus amigos de la adolescencia cortaban una relación con sus novias e inmediatamente éstas pasaban de ser las mejores personas a convertirse en las peores, y subraya: "Yo siempre he mantenido muy buena relación con mis ex novias".



No obstante, aclara que él no tiene "nada que ver" con Bienvenido Salvador Buenaventura, "aunque también he sufrido la labor de paletas -obreros- en mi casa", y confiesa que en el libro se recrea un entorno barcelonés por el que pasea mucho, la calle Aragón, "pero a partir de ahora no sé si alguien se atreverá a cruzarla tan tranquilamente".
Toda la obra destila un humor "casi pantagruélico", especialmente la parte en la que el protagonista ingresa en un psiquiátrico, humor que el autor define como "instalado en el corazón mismo del dolor".

Respecto al alcoholismo, "un mal de nuestros días", Bryce Echenique considera que está extendido por todo el mundo, "pero más si cabe en España, gracias a la generosidad innata de sus camareros y a las raciones de alcohol que sirven en las copas", y afirma que alcohol y soledad son dos conceptos que están forzosamente unidos, "ya que no es lo mismo un borracho conocido que un alcohólico anónimo".




En el libro se hace un retrato duro "de una ciudad tan amable como Barcelona", de la que el autor aprecia sobre todo el mar, y en el mismo ha querido rendir "un pequeño homenaje" a un lugar en el que ha pasado largas temporadas.
Sobre el Perú, considera que en el aspecto económico su país creció mucho con el Gobierno de Alejandro Toledo, un presidente "muy poco popular por racismo, porque es un indio, pero quizás fue el mejor presidente" de Perú, y precisa que si el Ejecutivo actual sigue por la misma senda "podríamos dejar de ser un país que pasa hambre para entrar en políticas más sociales".

Para el futuro, el escritor peruano prepara un libro de cuentos, del cual ya tiene cinco terminados, ya que -dice- "tenía nostalgia" por regresar a este género, al considerar que "mientras que la novela mejora y empeora, aunque al final puede ser genial, un cuento sólo puede ser perfecto".

jueves, 25 de octubre de 2007

NOBEL DE LITERATURA: ELOGIO A LA MADRASTRA

Doris Lessing declarando en la puerta de su casa en Londres .


TEXTOS, OLLAS Y CEBOLLAS

No tiene aire de escritora. Parace una abuela que ha dejado su tejido. El Premio Nobel de Literatura 2007 le corresponde a la escritora británica Doris Lessing, descartada para la distinción porque creía que el establishment de su país nunca le perdonaría su “flirteo” con el comunismo en los años de posguerra ni sus potentes puntos de vista sobre feminismo y política. Ojo. pero decir que no es una mujer simpática sería menospreciar el bárbaro talento para la sequedad y el desdén que ostenta una de las escritoras más fascinantes y complejas del siglo XX.
Lessing es odiosa hasta la médula y no parece exagerado afirmar que su actitud vital es la de un hiriente punzón de hielo. Pero hay que entender una cosa: Doris Lessing no soporta tener 88 años. No soporta no escuchar bien. No soporta que se le escapen por los resquicios de la memoria algunas palabras. No soporta cansarse. Y esa rebelión contra lo que considera una infame traición de su cuerpo la vuelve aún más arisca y recelosa. Pero no es sólo por vieja que es antipática. Lessing ha sido siempre una mujer dura, retadora, seca, y una de las inteligencias más admirables de nuestro tiempo. Es posible que ese carácter haya sido formado por el paisaje de su infancia. Y por la circunstancia.





Hoy por hoy, se tiene la idea de que los colonos británicos que se asentaron en África a comienzos del siglo XX eran todos ricos. No es verdad. El padre de Lessing -un oficial veterano de la Primera Guerra, que perdió una pierna en el frente-, llegó a Rodesia atraído por la promesa de la abundancia. Y pasó lo de siempre: la tierra que le dieron era estéril, el lugar un remoto paraje rural, el aislamiento, casi total. Y a punta de fracasos, quiebras y enfermedades, su padre se sumió en una amargura de la que solo salía cuando recordaba sus heroicos días en el campo de batalla. Su madre, mientras tanto, intentaba mantener vivo, en medio de una pobreza hostil que le era ajena, el eco de grandiosidad de su juventud en la Inglaterra victoriana.
El resultado fue triste y patético, y Lessing creció áspera y agreste, moldeada por una mentalidad de frontera, de límite del mundo. Soñaba con escapar de allí, y Europa, o más bien la desconocida madre patria, Gran Bretaña, era el mítico lugar del origen en el que estaba afincada su idea de salvación. Y hasta allá llegó para quedarse hasta hoy.
Doris Lessing es, ante todo, una escritora política, aunque no solo eso. No porque sus libros tengan un mensaje político -no es así-, sino porque tienen un profundo significado político. Ha sido toda su vida una activista cuestionadora y nada ingenua. La brutal segregación racial de la que fue testigo directo, el auge de la ilusión comunista que fue el signo preponderante de su tiempo tras la derrota de Hitler, la fe en el estalinismo de la que abjuró con genio visionario, podrían hacer pensar que su obra solo gira en torno a las grandes cuestiones políticas que marcaron el siglo XX. Pero Lessing no es una escritora (como todos los grandes) a la que se pueda encasillar con tanta facilidad.



EL CUADERNO DORADO
Su obra principal, 'El cuaderno dorado', un tremendo mamotreto de 1.000 páginas, es un descenso a los abismos de la desintegración del yo, de la conciencia, de lo que nos hace humanos. Y es también, cosa que se olvida, una inquietante reflexión sobre el propósito de la escritura, sobre la imposibilidad de escribir y sobre las imposiciones del totalitarismo en el lenguaje. Y si ha sido encasillada (otro estúpido intento de reduccionismo) como una escritora feminista, es simplemente porque el personaje protagónico de la novela, Anna, es una mujer. Y aunque sea osado afirmarlo, muy seguramente ese hecho particular es el culpable de que Lessing no sea leída hoy, ni su nombre venga a la mente con facilidad cuando los literatos piensan en los grandes escritores del pasado siglo. Porque las feministas se apropiaron del libro, y este fue reducido a "una biblia del feminismo". Nada más falso. Lessing no es Simone de Beauvoir. Ni riesgos.
Aun así, como lectora, debo decir que su lectura (como la de casi toda su obra temprana) para mí fue una experiencia de asombrado reconocimiento, de íntima y liberadora incomodidad.
"¿Por qué está usted aquí?", le pregunta a la protagonista del libro su psicoanalista. "Porque he tenido experiencias que deberían haberme conmovido y no lo han hecho", responde Anna. Esa es Doris Lessing, escéptica, brillante, insoportable.La Academia Sueca, en una de las decisiones “más reflexionadas” que haya tomado jamás, galardonó a la autora de El sueño más dulce (2002), por ser “una narradora épica de la experiencia femenina, que se propuso analizar con escepticismo, pasión y fuerza visionaria una civilización fragmentaria”.
La escritora recibió la noticia cuando se encontraba de compras por las calles de Londres. Al llegar a su casa en taxi, vestida con una vieja falda y una chaqueta desteñida, fue abordada por decenas de periodistas a los cuales respondió alegre e irreverente: “Este premio se suma a todos los malditos premios que me han dado durante 30 años”.
Llevaba en los brazos un ramo de flores y una tarjeta. Se mostró, como siempre, lúcida y combativa, al sentarse a conversar con los medios en los escalones de la entrada de su modesta casa.



Con una sonrisa que no la abandonaba, por momentos parecía que las lágrimas surcarían las incontables arrugas de su rostro. Luego, pidió un trago de ginebra y agua tónica, que inclusive hizo oler a uno de los reporteros para que comprobara que no se trataba de “agua insípida”.
Escalera real
Doris Lessing, quien cumplirá 88 años el 22 de octubre, dijo que el Nobel es “es una escalera real”. En declaraciones a la BBC, la escritora reiteró que estaba muy contenta porque el premio llegó antes de morirse.
“No le pueden dar el Nobel a un muerto, así que creo que probablemente pensaron que era mejor que me lo dieran. Y ahora, va a haber un montón de flores y discursos”, agregó.
La galardonada con el Nobel 2007 –quien fue militante del Partido Comunista británico del que se separó en 1956 tras la represión de la rebelión húngara– ha sido comparada frecuentemente con la francesa Simone de Beauvoir por sus ideas feministas.
El cuaderno dorado (1962) es su obra emblemática. En este libro narra, en forma de diario íntimo, la historia de una escritora de éxito. En contra de la voluntad de la autora, este relato se convirtió en una biblia para las feministas a las que ella misma, sin embargo, ha criticado con severidad.
Cuando Lessing se mudó a Londres hace unos años dejó atrás a dos maridos y abandonó dos hijos. En varias de sus entrevistas ha dicho que nunca le interesó ser un icono del movimiento feminista, el cual ha producido, según ella, “algunas de las personas menos autocríticas que jamás he visto.
.
“Es hora de que nos preguntemos quiénes son en realidad esas mujeres que constantemente denigran a los hombres. Las mujeres más tontas, más ignorantes y más horribles pueden criticar a los hombres más entrañables, amables e inteligentes, y nadie dice nada. Los hombres parecen estar tan intimidados que ya no se defienden. Pero deberían hacerlo.”
Ante la prensa internacional en la puerta de su casa, Doris recordó que en la década de los 60, la Academia Sueca envió a uno de sus subordinados para decirle que ella no le gustaba a la jerarquía del premio Nobel y que nunca lo iba a obtener.
“Ahora quisieron dármelo a mí. ¿Por qué les gusto más ahora que entonces? Ellos no le pueden dar el Nobel a alguien que está muerto, por tanto, creo que probablemente pensaron que era mejor dármelo ahora antes de que me escape.
“Ellos cambiaron. Mi obra no. No sé por qué se les ablandaron sus corazones. Lo gané y será muy lindo”, dijo la undécima mujer en recibir el preciado galardón desde que éste se instituyó, en 1901.

Tal vez por el hecho sui generis de haber nacido en Irán, de padres británicos y haberse criado en el continente africano, Doris Lessing decidió plasmar en su literatura tanto los lugares fantásticos que pueblan su mente, como sus convicciones políticas y sociales: la lucha contra el apartheid, el anticolonialismo y la crítica de la vida tradicional británica, entre otros asuntos.
Nació el 22 de octubre de 1919 en Kermanshah, Persia (actual Irán), donde su padre, el oficial colonial británico Alfred Cook Taylor trabajaba para el banco de aquel país. Cuando cumplió tres años, su familia se instaló en Rhodesia del Sur, actualmente Zimbabwe.
Su madre, una enfermera de familia escocesa e irlandesa, se encargó de que a su hija nunca le faltaran libros infantiles, para que no se aburriera.
Básicamente, Doris fue autodidacta, dejó una escuela religiosa a los 13 años porque no se adaptó a ese estilo de enseñanza, y se puso a trabajar como niñera y recepcionista.
En 1939 se casó con Frank Charles Wisdom, y se divorció en 1942; dos años después contrajo matrimonio con Gottfried Lessing, un inmigrante judío alemán.
Luego se separó de Gottfried, cuyo apellido mantuvo, aduciendo que “el matrimonio es un estado que no me conviene”, pero tuvieron un hijo, Peter, con quien vive en las afueras de Londres.


La primera novela que publicó, Cantar la hierba (1950), tuvo tal éxito que le permitió dejar su empleo de secretaria. Se trata de una crítica a las políticas de segregación racial en Rhodesia, país que había dejado un año antes para radicar en Londres, donde escribió una serie de relatos autobiográficos. Fue integrante del Partido Comunista Británico hasta la llegada de los soviéticos a Hungría. No obstante, confiesa ya no sentir simpatía por algún movimiento político.
Luego de que su libro El cuaderno dorado se convirtió en un clásico del feminismo, los intereses de Lessing se enfocaron al misticismo, debido a la influencia del maestro sufí Idres Shah, quien sostiene que la evolución de la consciencia individual está conectada con la evolución de la sociedad.

A partir de 1979 Doris abordó el tema en una serie de ciencia ficción: Canopus in Aarhus: Archives. Más allá del género, pero siempre con la interrogante acerca de la existencia de otros mundos, escribió Los matrimonios entre las zonas tres, cuatro y cinco (1980) y El experimento sirio (1981). En 1995 publicó el primer tomo de su autobiografía, Dentro de mí, aunque desde antes se había colado a la selecta lista de aspirantes al Nobel. Al comenzar el año 2000 atacó al régimen dictatorial de Robert Mugabe, presidente de Zimbabwe, por lo que fue declarada “indeseable” en aquel país.
Lessing nunca calla cuando denuncia u opina acerca de lo que le parece incorrecto. Hace unos meses calificó a Benedicto XVI de “un poco estúpido”, luego de que el pontífice dijo que Mahoma sólo trajo al mundo cosas malas e inhumanas porque pretendía extender su credo con la espada. Lessing sostuvo que “el Papa ha sido un poco estúpido al decir esto. No ayudó a nadie. Él no es un político”.
La escritora también se ha interesado por Afganistán, desde el comienzo de la guerra de Estados Unidos con ese país. En los años 80 publicó un libro en el que relata las condiciones de vida del pueblo afgano: El viento se llevará nuestras palabras. Ha tildado de “sanguinario” al presidente George W. Bush por los, a su parecer, innecesarios bombardeos sobre ese país, y luego de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, expresó: “El mundo se enfrenta a una guerra larga que no puede tener un final fácil”.
La también dramaturga ganó en 2001 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el jurado de ese galardón la definió como una “apasionada luchadora por la libertad”. El premio Nobel, dotado con cerca de 10.8 millones de euros, sorprendió a Lessing, como siempre, escribiendo. Su novela más reciente, La grieta (que se publicará en español a fin de año) presenta un mundo mítico, habitado sólo por mujeres. “Adoro contar historias”, dijo Lessing ayer a manera de rúbrica y promesa de que hasta el último aliento permanecerá fiel a su compromiso con las letras.

martes, 25 de septiembre de 2007

SESOS MALSANOS: PAUL AUTER, EL DEDO W



EL COITO ESCRIBAL

"Pienso que el arte es como el sexo, si no te relajás no disfrutás"
Además de ser el presidente del jurado del Festival de San Sebastián, Auster exhibió "La vida interior de Martin Frost", su cuarto film como director. El norteamericano confesó que no usa computadoras para escribir y que su próxima novela ya está lista
.


Paul Auster ha dicho: "Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?

En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. Piénsese en el esfuerzo que supone, en las largas horas de práctica y disciplina que se necesitan para ser un consumado pianista o bailarín. Todo ese trabajo y sufrimiento, los sacrificios realizados para lograr algo que es total y absolutamente… inútil.



La narrativa, sin embargo, se halla en una esfera un tanto diferente de las demás artes. Su medio es el lenguaje, y el lenguaje es algo que compartimos con los demás, común a todos nosotros. En cuanto aprendemos a hablar, empezamos a sentir avidez por los relatos. Los que seamos capaces de rememorar nuestra infancia recordaremos el ansia con que saboreábamos el cuento que nos contaban en la cama, el momento en que nuestro padre, o nuestra madre, se sentaba en la penumbra junto a nosotros con un libro y nos leía un cuento de hadas. Los que somos padres no tendremos dificultad en evocar la embelesada atención en los ojos de nuestros hijos cuando les leíamos un cuento. ¿A qué se debe ese ferviente deseo de escuchar?

Los cuentos de hadas suelen ser crueles y violentos, describen decapitaciones, canibalismo, transformaciones grotescas y encantamientos maléficos. Cualquiera pensaría que esos elementos llenarían de espanto a un crío; pero lo que el niño experimenta a través de esos cuentos es precisamente un encuentro fortuito con sus propios miedos y angustias interiores, en un entorno en el que está perfectamente a salvo y protegido. Tal es la magia de los relatos: pueden transportarnos a las profundidades del infierno, pero en realidad son inofensivos".
Y ahora Auster se pasea por las calles de San Sebastián como uno más. Quizá recuerda aquel viaje que, como turista, hizo cuando tenía 18 años y todavía no había comenzado a estudiar en la universidad. Cerca del hotel María Cristina, donde se alojan los invitados, Auster anda con su camisa gris, sus lentes oscuros y su pantalón claro. Se mueve solo, acompañado. Parece darle igual.

El escritor estadounidense ("La noche del oráculo", "Leviatán") es presidente del jurado del Festival, y también director de "La vida interior de Martin Frost", su última película, que participa de la Sección Oficial pero está fuera de concurso. Tiene mucho que hacer Auster en Donostia: reuniones con el jurado, encuentros protocolares y notas con la prensa, además de la obligación de ver las películas en competencia. Y el hecho de haber traído su propio film, le suma una ocupación adicional, la de defenderlo.


"Puedo hacer todo, no es imposible. Y por si fuera poco tampoco me pierdo los platos más deliciosos que he disfrutado jamás. Esas comidas las he probado aquí", dice."La vida interior..." es la cuarta película que tiene a Auster detrás de la cámara. Las anteriores fueron "Smoke", "Blue in the Face" y "Lulu on the Bridge". "Ha sido una de las experiencias más grandes de mi vida hacer esta película". El film quizá sea el que más tiene que ver con Auster como escritor. Narra la historia de Martin Frost (David Thewlis), un autor que, luego de publicar su última novela, necesita descansar. Entonces se instala en la casa de unos amigos. De repente, siente que encuentra la idea para un nuevo relato, y empieza a volcarlo en el papel. De la nada aparece Claire (Irene Jacob), que dice ser la sobrina de los dueños de casa, y funciona como musa inspiradora de Martin."Quería contar la historia de un hombre que crea un relato, mostrar cómo piensa un escritor.



Es una película que habla de la imaginación y del proceso creativo, y de cómo el escritor vive dentro de lo que está creando. Hay una parte real y otra que es la historia, y se crea una ambigüedad bastante grande". Claire, el personaje de Jacob inspira a Martin Frost. Pero su existencia se extingue a medida que el escritor avanza hacia el final.

Existen las musas y es cierto que el amor inspira a los artistas. Yo no sé si habría hecho todo mi trabajo si no hubiera estado con Siri (Hustvedt, también novelista). Es mi amor, mi compañera, la persona con la que comparto todo", asegura el escritor, que en la película también dirige a su hija Sophie (ya había aparecido en "Lulu on the Bridge"). "Es nuestra pequeña joya, ya veremos hacia dónde va su carrera", afirma como padre.




¿Influyó su pasión por el cine en su trabajo como escritor?

Siempre amé el cine, pero no creo que esto haya pasado. ¿Cuáles son las diferencias entre filmar y escribir?Cuando escribís pasás la mayor parte de tu vida encerrado en una habitación. Para hacer cine hay que salir de esa habitación y trabajar en equipo. El escritor está sentado siempre, mientras que el director trabaja de pie. El cine me da la posibilidad de buscar esa otra parte de mí.

¿Dirigiría una gran producción?
No creo que me llamen de un estudio. Además, a mí me gusta trabajar así, me da libertad. Yo no soy un director de tiempo completo, no es mi ocupación principal. Entonces, si lo hago, que sea así, como yo quiero.

¿La crítica lo trata mejor con la literatura que con el cine?
Hay de todo. Los que tienen espíritu negativo cuentan con mucha más facilidad para destruir. Creo que el arte es como el sexo, si no te relajás, no disfrutás. Esto sirve para algunos críticos, gente enojada que usa su poder para destruir.Auster, que no usa computadora ("Escribo a mano y luego lo paso en la máquina de escribir"), dice que no tiene planes para una próxima película y adelanta: "Acabo de terminar una novela y estoy por comenzar con otra, así que pasaré otra vez mucho tiempo encerrado solo, en mi habitación".






miércoles, 19 de septiembre de 2007

EXPEDIENTES ULTRAMARINOS: DE LOS BRUJEROS


La laguna en llamas

Visita a la Laguna Negra en los páramos de Las Huaringas. Una experiencia con los sicotrópicos de la mano del maestro Juan Manuel Meléndez, hechicero mayor. Desdoblamiento corpóreo y duplicidad existencial. Cómo se mira para adentro. Visita al infierno terrenal. Fuga al décimo circulo del cielo. La resaca.


Una Crónica de ELOY JÁUREGUI


Me miró. Nos miramos. El hombre tenía la gelidez maléfica de la hondura de los que miran inexorablemente para adentro. Me observó otra vez desde las tinieblas del recinto. Yo ya no quise mirarlo, lo juro. Luego me apuntó con su dedo de uña bermeja cual venablo del averno y sentenció: “Así que sigues con al negra y con la rubia”. No dijo más. Yo sentí aquello que parecía un halago y playboy más activo que nativo y que luego supe era mi dramática sentencia. Afuera, la noche congelada lucía más negra que las fauces de un otorongo.



El hombre medía una altura son talla y lucía un inmenso sombrero rodeado de una cinta con monedas de plata. El poncho que le cubría hasta las botas mostraba un bordado de pieles y plumas de extrañas especies perniciosas y sus dientes ocres dejaban escapar el tufo rancio a los viejos arcanos inmortales del otro lado de la existencia. Cierto, por sus ojos el hombre no parecía de este mundo; sin embargo, era conocido en toda la comarca como Juan Manuel Meléndez, aunque los lugareños y aquellos a quienes les había salvado la vida con su cura conspicua le decían, con reverencia prensil y un eterno agradecimiento yendo y viniendo por todo su espíritu, El Maestro.


¿Vacaciones? El oficio, aquel del eréctil periodista, me llevó esa vez desde las norteñas playas de Colán –unas vacaciones expropiadas a un colega víctima de una tempestad de ron- hasta las alturas del departamento de Piura. Yacido sobre la arena con el sol clavado en el pipute, de pronto el bendito celular y la voz del jefe. Que debía aprovechar la estadía en el sólido norte, que en las lagunas de Las Huaringas un chamán había patentado una cura contra el cáncer de la infidelidad y la comezón del sétimo año y que ya me enviaban al camarógrafo, y que me esperaban en Lima en cuatro días con un reportaje de mi firma, es decir, trabajado con los pantalones en la mano.



Desde Piura y hasta Huancabamba, la capital de la provincia que limita con el Ecuador y donde se ubican las Lagunas Negras, una sola línea de buses –propiedad del ex congresista y peor compositor Miguel Ciccia- realizaba el viaje cada 24 horas. El ómnibus que nos tocó lucía emperifollado con ekekos, amuletos, estampitas y cuanta frase hablaba con detalle del más allá. El mismo conductor era un tipo extrañísimo de bividí tostado en aguafuertes de pusangas y que cada cierto trecho entonaba un lamento a vidente alunado. Extraño, la travesía a Huancabamba dura exactamente 13 horas y existe una sola parada en el pueblo de Canchaque. Allí cenamos entre lamparines, sombras chinescas y aromas a gallinas recién sacrificadas a la espera de la ceremonia del amarre eterno.

Luego, la carretera se estriñe en la noche y contra la montaña, las visiones se ocultan tras la vegetación y sus trampas y se llega a las cumbres de la cordillera de Chimbe. Ahora cruzamos por los páramos del gran maestro Florentino García y de su primo, es espiritista Abraham García, experto en las artes de adivinar las enfermedades escritas en las entrañas del cuy. Hay un estremecimiento en aquellos que se persignan, los que saben que estamos ingresando al lugar sin límites, los que viajan a curarse de hinojos, los que llegan a encontrar la salvación. De pronto, la madrugada y la bajada por el camino sinuoso a Huancabamba a dos mil quinientos metros sobre el nivel del mar, el pueblo grande, de gente que observa el cielo y solloza, de aquellos que sólo aguarda la paciencia de Dios.



Mauriola, un periodista de Huancabamba, nos sirve de guía. El hombre trabaja en la radio y se conoce el valle que sube creciendo hacia el infinito y donde a las laderas se ubican las fincas de los curanderos. Más arriba y cerca de los 4 mil metros sobre el nivel del mar esta la laguna de Las Huaringas. Pero, ojo: ésa es la más serena. A ocho horas a lomo de mula se encuentra la gran Laguna Negra, temible, casi imposible de visitar para los que no reciben una preparación previa. Cierto, en una quebrada paralela se encuentra Sondorillo, aquí es donde viven los “maleros”.

Los lugareños aseguran que se llama chamán a esos que llegan al grado superior del curanderismo. Es decir, que manejan la “vara sonajera”, una especie de maraca que durante sus ritos raramente sueltan. Luego viene el curandero, después el espiritista y a éste le sigue el yerbero y finalmente el vidente.
En la zona norte peruana se reconoce como chamán al especialista mágico religioso, digamos, casi un médico que cura toda clase de males, que es también sacerdote, un místico, un inspirador y hasta poeta. Como asegura el antropólogo José Carlos Vilcapoma, el chamán posee un arte particular. Para practicarlo acude a la danza, al canto y la música. De esta manera entabla relación con los muertos, “demonios” o “espíritus de la naturaleza”, realiza viajes cósmicos convertidos en sierpe, puede bajar a la profundidad de la oscuridad para desentrañar el mal o hacer pacto con los dioses.



Y como en la zona de Alto Moche, en Trujillo, goza de fama José Wilmer Monja, un chamán que se hacía pasar por ganadero, y en Túcume, el mítico Santos Vera tenía propiedades de verdadero Dios, así, en la quebrada de Las Huaringas se disputaban el título del chamán del siglo don Pancho Guarnizo –viejo sabio de 15 mujeres y 18 novias- y el arriba mencionado don Juan Manuel Meléndez. Fue este último el que nos recibió en su casa de las faldas de la quebrada aquel jueves pasadas las nueve de la noche. Algunas velas indicaban dónde se iba a instalar la “mesa”: un manto donde ubican espadas, cráneos, animales disecados, cuernos, piedras y otros objetos que llaman “artes”. Es una suerte de quirófano donde trabaja El Maestro. Cerca de cincuenta personas se ubicaban alrededor de la “mesa”, todos pacientes atrapados en la fe ciega, todos a la espera de que el chamán los “limpie” de todo mal.

Yo insistí en hacerle la entrevista antes que apague las velas e inicie la “limpia”, y Meléndez se negó. Volví a insistir y El Maestro, otra vez, me pegó con otra sentencia: “Las sombras hablan sólo mientras callo”; no dijo más. Luego inició su sesión. Sus cantos se escuchaban hasta el galpón donde nos mandó a meditar mientras él entraba en trance. Tres horas después, su sombra apareció con una caja plateada debajo de su poncho. Me llamó por mi nombre son que yo le haya dicho cómo me llamaba. Era una botella de Chivas Regal. “Es bueno para el frío”, me dijo e insistió: “Tómatela sin recato, que la vas a necesitar para más tarde”. Cuando en la madrugada partimos en sendas mulas hacia las lagunas, me contó de sus cosas, de que su sesión chamánica era una lucha a muerte contra las fuerzas del mal, que era cierto, que limpiaba el sarro espiritual y el óxido del alma.



Ya en la laguna nos mandó a quitar la ropa con un frío de 5 grados bajo cero y nos ordenó que nos sumergiéramos en las aguas. A mí se me había adormecido todo aquello que antes lo tenía caliente. Luego me pasó sus espadas en cruz, me rezó algo así como: “Vamos levantando/ por ahí vienen floreciendo/ en sus hierbas y en sus flores/ te levanto caballero/ de la noche a la mañana...” Aquella vez, el cielo encapotado de la laguna se oscureció al mediodía y Juan Manuel Meléndez nos apuró a volver: “A esta hora llegan los gentiles”, dijo, y apresurados tuvimos que montar y regresar a la carrera. Ya en su casa le pregunté por aquello de la “negra y la rubia” del principio. “Tienes que dejar a una: la negra es tu mujer, la rubia, la cerveza”. Pasaron unos meses y yo no le hice caso. Un tiempo después me divorcié.